Lunes, 25 de Noviembre 2024

Un zapoteca en Budapest

Eduardo Aguilar se presentará en Hungría el 6 de agosto con su composición “... quisiera llorar, quisiera morir...”

Por: NTX

Eduardo Aguilar. El compositor recién egresó de la Licenciatura en Composición de la Facultad de Música de la UNAM. ESPECIAL / GACETA UNAM

Eduardo Aguilar. El compositor recién egresó de la Licenciatura en Composición de la Facultad de Música de la UNAM. ESPECIAL / GACETA UNAM

Durante su niñez y adolescencia, en su natal Ocotlán de Morelos, Oaxaca, era muy común para Eduardo Aguilar escuchar la “Canción mixteca”, del músico José López Alavez, un himno de los oaxaqueños que, entre otras cosas, dice: “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido, inmensa nostalgia invade mi pensamiento, y al verme tan solo y triste, cual hoja al viento, quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento”.

En la radio la escuchaba una y otra vez, pero nunca le dio importancia, hasta que un día la frase “... quisiera llorar, quisiera morir...” tomó sentido en su vida y fue la inspiración para componer la pieza del mismo nombre, que obtuvo el tercer lugar en el Primer Concurso de Composición de Ensamble Impronta 2019, en Alemania.

“No he tomado fragmentos de la música de ‘Canción mixteca’, pero sí un par de palabras de su letra para titular mi pieza, específicamente la frase que considero más triste. Mi intención no ha sido hacer una música sino una estela sonora que pueda incrustarse sutilmente en un espacio”, dice el joven compositor zapoteca de 25 años de edad.

El recién egresado de la Licenciatura en Composición de la Facultad de Música (FaM) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) relata que ha buscado construir lo que ese fragmento le provoca: una penumbra, un ambiente silencioso, “donde los músicos puedan tocar con poca luz, donde una inmensa nostalgia pueda invadir el pensamiento; un frágil ámbito oscuro y vacío para llorar, para morir...”.

En la frontera del querer

“... quisiera llorar, quisiera morir...”, compuesta para cello, violín, clarinete y piano, fue electa de entre 148 trabajos de diversos compositores de 26 países, sólo superada por Japón e Italia, y tendrá su estreno mundial en Budapest, Hungría, el martes 6 de agosto en un concierto del Ensamble Impronta, dirigido por Andreas Luca Beraldo y Jeanne Vogt.

“En los diez minutos en que sucede este ambiente sonoro es para referirme a un momento que encuentro en una canción popular”, dice Eduardo Aguilar. “Es mostrar la perspectiva desde el otro lado... no es hacer un arreglo de la canción ni marcar el folclor, va más por tratar de acceder a este espacio en el que creo que está la frase en el límite de algo: es alguien que no se atreve ni a llorar ni a morir”.

El joven zapoteca expresa que trató de que la música se manifestara en un límite etéreo, “como si se tratara de estar escuchando pedazos amorfos de melodías, no las melodías definidas, sino sus estelas, sus ecos, algo cercano al aire”.

“Lo que me interesa en esta pieza es lo que está detrás del sonido; las alturas e intensidades que tocan los músicos, forman el accidente que permite acceder a esa resultante ilusoria”, apunta Eduardo Aguilar. “De la misma manera, lo que busco en la frase ‘... quisiera llorar, quisiera morir...’ no está de modo inmediato en las palabras por sí mismas, sino me interesa entonces, por medio de la música, si no llegar por lo menos indagar o acercarme a lo que esa frase intenta acceder: a lo que no es llorar o morir, a lo que se sitúa en esa frontera del querer.

Imaginación, pensamiento y realización

Eduardo Aguilar refiere que antes de entrar a la escuela no estaba inmerso en una práctica compositiva, pues cuando era niño lo que experimentaba “era una exploración sonora de la realidad por medio de hacer sonar objetos y prolongar en el imaginario de manera simultánea lo escuchado”.

“En un inicio, la manera de relacionarme con los entornos y objetos era más física, como gritarle a las cúpulas de las capillas e iglesias, hablar en mangueras, arrastrar bolsas, sacudir zaguanes, meterme a cazuelas, patear tambos, hacer y aventar bolas de lodo, desmoronar adobe, subirme a los telares, sobre todo jugar con las resonancias de mi voz en los espacios grandes, y con esto me ponía a desarrollar cosas en la imaginación”.

Aguilar narra que antes de los seis años de edad era más travieso con la realidad, pues le gustaba hacer sonar todo: percutir, frotar, rascar o pulsar. “Mi imaginación, hasta este punto, era detonada por mi intervención en el entorno o por el manejo instrumental del objeto; era yo una especie de instrumentista-explorador que sólo podía escuchar, jugar y soñar con la realidad que yo mismo provocaba”.

Unos años después, agrega, “entre los seis y los ocho años de edad, empecé a hacer el proceso de prolongación imaginaria con los sonidos del ambiente: vientos, voces, carros, máquinas, animales o el agua yéndose por el escusado”.

“Ya no necesariamente tenía yo que provocar el sonido, comencé a tener más conciencia de lo que sonaba en el entorno. Recuerdo que me gustaban sonidos con mucha personalidad que robaran mi atención; nunca me interesó mucho buscar que eran, de dónde venían o cómo se producían, toda mi atención se concentraba en lo que provocaban”.

Dice que no razonaba ni buscaba ya algún tacto con ellos, simplemente su oído, por alguna razón, los había seleccionado de todo el entorno sonoro y eso era suficiente para jugar con ellos. “Les escuchaba una personalidad propia, algunos divertidos, otros tristes, me gustaba pararme a escuchar en entornos sonoros que me resultaran asombrosos, como el cerro en época de chicharras, un patio gigantesco, una bodega o una purificadora de agua”.

“Poco a poco me fui interesando en lo no tan llamativo, poniendo más atención al detalle al entorno quieto, lejano o silencioso. Tenía una relación sinestésica sonora-visual y experimentaba ciertas emociones ante la imagen percibida, atribuía cualidades sonoras de manera imaginaria a la realidad visual no-sonora, por ejemplo, al polvo o a la luz...”

Recuerda que el interés en la música le sucedió como a los 15 años: “Cuando tuve un instrumento musical acústico empecé a repetir aquellos procesos de la imaginación pero ahora en un sentido composicional, una especie de organización, memoria y reproducción”.

El joven zapoteca señala que tanto su noción musical como el de su proceso de creación no se enfocan sólo a una cuestión sonora, pues para él la creación generalmente se manifiesta de forma abstracta en el imaginario. “Considero que la creación puede ser distinta en cada persona. En mi propia experiencia concibo a la creación como algo que puede escudriñarse en tres estadios principales: imaginación, pensamiento y realización”.

Tapatío

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