La migración siempre me ha parecido un tema relevante, un poco por considerarme del grupo de “migrantes internos”, que es como se nos conoce a las personas que por diferentes razones abandonamos nuestro lugar de origen, pero permanecemos en nuestro país; y otro tanto por ser una actividad que nosotros, los Homo sapiens, venimos realizando desde nuestros inicios como especie. Partamos del hecho de que un “migrante” es toda persona que se desplaza, o se ha desplazado, a través de una frontera internacional o dentro de un país, fuera de su lugar habitual de residencia. Sabemos que existe más de una razón por la que las personas nos desplazamos lejos del hogar. Algunos lo hacemos tratando de alcanzar el sueño de una mejor calidad de vida, de acceder a oportunidades que sólo se harían realidad gracias a este cambio de ubicación geográfica. Sin embargo, la mayoría de nosotros nos vemos obligados, más que convencidos de esta acción, respondiendo a un mecanismo de sobrevivencia detonado por la incertidumbre, el miedo, o el peligro. Dependiendo de las situaciones que nos motivaron a dejar atrás el lugar de residencia es que nos convertimos en migrantes, desplazados o refugiados. Pero, ¿qué somos cuando el catalizador es el clima, cuando son las altas temperaturas, lluvias torrenciales, inundaciones, etc. (efectos del cambio climático) lo que motiva nuestro movimiento? Cuando el problema no es la raza, la nacionalidad o la inclinación política y religiosa, porque eso sí, el cambio climático no discrimina a nadie.De acuerdo con el Portal Ambiental de Migración (IOM), somos ¿o seremos? parte de los migrantes climáticos, que aunque en su mayoría son internos, la cifra global en países vulnerables es de entre 20 y 30 millones de personas, pero se estima que este número podría crecer hasta alcanzar cifras más allá de los miles de millones en 2050. Sin embargo, estas proyecciones han sido foco de discusión, por ser consideradas como apocalípticas o maximalistas, con el objetivo de llamar la atención dejando de lado que no hay una relación directa o simple entre los impactos de la crisis climática y el fenómeno de migración, ya que en algunos casos las personas involucradas pueden regresar a sus hogares tras el desplazamiento, y por lo tanto, las cifras no serían necesariamente acumulativas.Considero que, si las cifras involucran a cientos o millones de personas, eso no resta valor al hecho de que son personas que suman un rasgo más a su estatus de vulnerabilidad, que los aleja de poder vivir dignamente y desarrollarse. Concuerdo en que el manejar las proyecciones en el mismo nivel que un dato duro, refuerza una narrativa falsa de un gran número de refugiados climáticos futuros, y endurece la securitización de las fronteras ante una amenaza irreal carente de evidencia científica. La problemática ya está aquí, y viene acompañada de la necesidad de generar información confiable en pro de los derechos de quienes migran y ganar un poco de tiempo en esta crisis que nosotros generamos.Coco Vargas es bióloga y madre, cuyo interés por los animales, los bosques y los recursos naturales la llevó a participar en el proyecto del Museo de Ciencias Ambientales como “aprendiz de comunicador de la ciencia” donde genera contenidos científicos orientados al diseño museográfico y a la comunicación de estrategias de conservación de la naturaleza desde la ciudad. Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.