La Tierra cuenta con susurros de polvo las historias de especies extintas y de eras olvidadas en el viento. Hoy, un nuevo capítulo se escribe en su piel: el Antropoceno, y entre sutiles marcas, no por ello menos profundas, se revela algo tan antiguo como el universo mismo. El grafito y el diamante, por ejemplo, están compuestos del mismo elemento, el carbono, pero sus propiedades son radicalmente distintas debido a la forma en que sus átomos se organizan. De la misma manera, desde la fotosíntesis que ocurre en los cloroplastos de las plantas hasta la bioluminiscencia de las luciérnagas, la vida se organiza en una danza invisible de átomos y moléculas, y nosotros, sin saberlo, hemos sido aprendices desde tiempos inmemoriales.Mucho antes de que existiera el término nanotecnología, la humanidad ya manipulaba la materia a esta escala: las vibrantes tonalidades rojas de los vitrales medievales, por ejemplo, se conseguían añadiendo nanopartículas de oro al vidrio fundido, y la medicina tradicional china ha utilizado durante siglos el oro coloidal por sus propiedades terapéuticas, sin comprender del todo que su eficacia radica en su nanoestructura. Incluso la legendaria resistencia de las espadas de Damasco se debe a la presencia de nanotubos de carbono, formados accidentalmente durante el proceso de forja. Pero esta convivencia con el nanomundo no ha estado exenta de consecuencias: la quema de combustibles, desde las hogueras prehistóricas hasta nuestra actualidad, ha liberado al ambiente ingentes cantidades de partículas nanométricas, por ejemplo de carbono (hollín), que afectan a la salud humana y del ambiente. Estudios científicos, como los publicados en la revista Environmental Health Perspectives, han demostrado que la relación entre la exposición a nanopartículas puede causar enfermedades, inflamaciones pulmonares, problemas cardíacos, neurodegeneración y daños al ADN.Hoy, la nanotecnología moderna nos ofrece un control sin precedentes sobre la materia. Sin embargo, surge la necesidad de reflexionar sobre las implicaciones de nuestras creaciones, adoptando un enfoque que reconozca la interconexión de todos los seres vivos, priorice la sostenibilidad y el respeto por la trama de la vida. La nanofiltración del agua, utilizando membranas con nanoporos para eliminar contaminantes, es un ejemplo de cómo la nanotecnología puede contribuir a un futuro más sostenible; sin embargo, la proliferación de nanomateriales en productos de consumo, desde cosméticos hasta textiles, plantea interrogantes sobre su impacto a largo plazo en los ecosistemas y la salud de todos los seres vivos.La nanotecnología es una herramienta poderosa, una espada de doble filo: puede utilizarse para mitigar los problemas ambientales que hemos creado o para agravarlos. La decisión está en nuestras manos. Informarnos sobre los avances de la nanotecnología, participar en el debate sobre su regulación y exigir transparencia a las empresas que la utilizan son acciones necesarias para asegurar un futuro donde esta poderosa ciencia esté al servicio del bienestar del planeta y de quienes lo habitamos.Jotran Maximiliano Ponce Rodríguez es un pasante de nanotecnología en proceso de titulación, melitólogo en formación, fotógrafo, escalador, ciclista y boxeador. Con una profunda pasión por la naturaleza, política, el arte y el deporte, busca tender puentes entre la innovación tecnológica y la conciencia ecológica. Su objetivo es comunicar la importancia de un desarrollo consciente, empático, sostenible y responsable.Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.