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Elba Esther

El aura que rodea a la ex líder sindical y sus relaciones en las altas esféras políticas de México

Hace algunas semanas, entrevisté a José Oscar Valdés quien busca ser fiscal general de la nación. Nunca ocultó sus filias por Elba Esther Gordillo y me dijo: pues algún talento tiene la maestra, siempre está con los que ganan las elecciones. En 2000 pactó con Vicente Fox; en 2006 se alío con Felipe Calderón; en 2012 no ocultó sus simpatías por Enrique Peña Nieto. Y, ahora, en 2018 apoyó a Andrés Manuel López Obrador. Lo que me dijo el señor Valdés me escandalizó por partida doble: primero por su cínica búsqueda de ser fiscal, a pesar de su estrecha relación con Elba Esther, y segundo porque tenía razón: la democracia mexicana había sido muy generosa con la lideresa sindical.

Elba Esther Gordillo simboliza muchas cosas. Es la representación más fidedigna del animal político que resistió el devenir democrático. Como los bancos globales en el sistema capitalista, Elba Esther se hizo “too big to fail” -demasiado grande como para fracasar. A través de la conducción de un sindicato oficialista, dispuesto a pactar con quien fuere para mantener sus privilegios, Elba Esther se convertía en bisagra. Detrás de ella, controlaba un ejército de maestros que podían cubrir el territorio para asegurar victorias electorales. Una mezcla entre movilización, estabilidad y lealtad, la convertían en una figura política ineludible. Impunidad y lealtad se canjeaban cada sexenio.

Llegó Enrique Peña Nieto al poder de la mano de la poderosa maestra. Y en semanas, la otrora aliada se convertía en enemiga. La PGR se dio a la tarea de comenzar una causa contra ella por delincuencia organizada y lavado de dinero. La motivación detrás de la querella fue siempre eminentemente política. El peñanietismo creía que con Juan Díaz de la Torre garantizaban apoyo sin fisuras a la reforma educativa y una lealtad a prueba de balas. El régimen decidió dinamitar la relación con Elba Esther, quien estuvo en prisión y en arraigo domiciliario durante casi todo el sexenio de Peña Nieto. Sin embargo, lo que la política da, también lo quita. Había que esperar nuevos vientos políticos para que la situación penal de la maestra cambiara. El miércoles pasado, un juez la exoneró de todos los cargos y la lideresa vitalicia del SNTE recuperaba su libertad sin condiciones.

El caso Elba Esther es el espejo de los grandes fracasos que tenemos como país. En un solo expediente, en un nombre propio, se conjugan tantos vicios que impiden la consolidación de la democracia mexicana. Elba Esther no es la causa de nada, más bien es el síntoma de algo más profundo. La maestra existe porque no hemos sido capaces, como nación, de erradicar el autoritarismo, el uso particularista de las instituciones públicas y la corrupción tolerada y administrada por el poder. Analicemos punto por punto.

El uso selectivo y partidista de la justicia. El enriquecimiento de Elba Esther es escandaloso. Su derroche está documentado. Y no sólo eso, todos sus colaboradores cercanos gozan de un nivel de vida muy superior a lo que sus salarios podrían pagar. La propia maestra siempre se ha defendido como “gato boca abajo” diciendo que los recursos del sindicato son privados y las leyes de transparencia deben mantenerse al margen.

Empero, sólo durante el tiempo que Aurelio Nuño encabezó la Secretaría de Educación Pública, el SNTE recibió casi 2 mil millones de pesos de recursos públicos. Sin embargo, el Estado ha sido su cómplice y ha preferido cerrar los ojos frente a sus abusos a cambio de obediencia política.

El peñanietismo buscó ponerla tras las rejas por conveniencia política nunca por un compromiso con la justicia. Por ello, la investigación es tan pobre. El objetivo era apartarla un tiempo, tranquilizarla y pactar su salida de prisión. Para ese propósito, el Presidente no dudó en instrumentalizar a la PGR para tales propósitos. Y se preguntan, ¿por qué exigimos a un fiscal autónomo? La única forma de combatir el uso partidista de la procuración de justicia es removiendo el cordón umbilical que une al ministerio público con el jefe del ejecutivo.

Los jueces también se convierten en comparsas de esta tragicomedia. Es sintomático que en México nadie se preguntó si el juez acertaba en su fallo que le otorgaba libertad a Elba Esther, sino que todo lo interpretamos en clave política: ¿es responsabilidad de Peña Nieto y su uso político de la PGR o será que López Obrador intervino para asegurar la puesta en libertad de su aliada política? Los fiscales y los jueces a las órdenes de los intereses de la clase política. Trágico.

Elba Esther como el símbolo de la pervivencia del sindicalismo charro, oficialista, y la inexistencia del sindicalismo que vela por los intereses de los trabajadores. El sindicalismo que se acomoda al poder y olvida que debe su razón de ser a los trabajadores. Los salarios en México son bajos por muchas decisiones, entre ellas las que obedecen a la más rancia ortodoxia neoliberal, pero nadie le puede quitar culpa a los sindicatos sometidos al presidente de turno. Los sindicatos existen por la asimetría de poder entre el padrón y el empleado, pero en el caso mexicano estos gremios abonan a ampliar aún más la brecha entre unos y otros.

En México, detrás del fracaso de lo público siempre hay un gran interés que impide la transformación. Detrás del pésimo transporte público hay dueños irresponsables y un Estado que no sabe regular-así como defender el interés de todos. Detrás de un sistema de salud colapsado, una velada intención por reducir al mínimo el derecho de todos a la salud. O en economía, detrás de los altísimos precios en telefonía están los monopolistas, o detrás de la inseguridad están las policías infiltradas. Y qué decimos de la educación, mucha responsabilidad tienen los sindicatos charros como al SNTE para entender los problemas educativos de México.

No sé si López Obrador operó para rescatar a su aliada o si Peña Nieto no pudo -o no quiso- sostener el caso. El hecho es que el presidente electo cambió en 12 años su visión sobre la maestra. En 2006 y 2012 se negó a reunirse con ella. López Obrador se negó a pactar. El mandato que recibió López Obrador en las urnas es claro y rotundo: nada de reproducir el viejo modelo clientelar y corporativista que dio larga vida a una mujer como Elba Esther. La ilusión del consenso que suelen vender los políticos -todos son necesarios en los cambios-, es sólo eso: un espejismo. Los cambios exigen sacudir las estructuras de un país. Y el liderazgo de Elba Esther sólo nos remite a lo más amargo del control corporativo de la educación en México. Las alianzas cuestan y la gestión de la educación es una asignatura que López Obrador no podrá eludir.

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