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A dos de tres caídas

La tradición de la Lucha Libre encuentra otra expresión en los barrios de la Zona Metropolitana 

Algunos luchadores optan por esconder su rostro. EL INFORMADOR/ F. Atilano
A pesar de ser un deporte amateur, sus protagonistas ofrecen lo mejor de sí mismos. EL INFORMADOR/ F. Atilano
Con un toque de histrionismo, la lucha libre se disfruta a ras de la lona. EL INFORMADOR/ F. Atilano
Los referentes se muestran con orgullo. EL INFORMADOR/ F. Atilano
Los luchadores se muestran en su condición más pura. EL INFORMADOR/ F. Atilano
Por un rato son reyes del cuadrilátero. EL INFORMADOR/ F. Atilano
El bien contra el mal también batalla en el pancracio. EL INFORMADOR/ F. Atilano
Los colonos de “La Jalisco” son asiduos a la Arena “Ramón Corona”. EL INFORMADOR/ F. Atilano

No hace mucho tiempo, los encordados tuvieron un esplendor mayúsculo en todo el país. Sus figuras, míticos luchadores de máscara y mallas elásticas, protagonizaron películas taquilleras y fueron reconocidos en todos los rincones de México y el extranjero. Luego vino el declive, y el deporte se refugió en los barrios, alejado de las luces y el glamour.


La lucha libre resiste, como luchador que se niega al conteo final, entre máscaras desconocidas, con menor público pero de mayor fidelidad, sin el profesionalismo necesario pero con la pasión suficiente.


Ejemplo de ello es la Arena “Ramón Corona”, en la populosa colonia Jalisco, donde al finalizar las peleas, nadie espera grandes cheques pero sí muchas sonrisas y aplausos, y con eso basta. 

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