La muerte de los partidos
¿Por qué los partidos políticos ya no son relevantes?
Llevamos décadas redactando el epitafio de los partidos políticos. En realidad, su existencia siempre ha sido sospechosa. Los conservadores acusan a los partidos políticos de dividirnos. Los socialistas creían que fragmentaban a la clase obrera y eran un invento de la burguesía. Los nacionalistas acusaban a los partidos de promover el interés de grupo por encima del interés general. Y así, durante dos siglos, los partidos políticos no han gozado de buena fama.
Sin embargo, nunca habían vivido una insignificancia como la contemporánea. No viven una crisis. Tampoco van a desaparecer. No obstante, son auténticos walking dead. La vieja idea del partido político como una agrupación de ciudadanos, que comparte una cierta ideología o idea del mundo, y que se juntan para alcanzar el poder y así transformar la realidad, dejó de existir. Hoy, los partidos políticos son vehículos, puros y duros, para alcanzar el poder. No tienen ningún otro fin. No tienen vida interna, ni debate programático y menos democracia.
No es un fenómeno exclusivamente mexicano o incluso jalisciense. Demos una vuelta por el mundo: Donald Trump gobierna sobre las cenizas de lo que alguna vez fue el gigante del conservadurismo americano, el Partido Republicano. El carisma de Trump se devoró al viejo GOP. Hubo voces discrepantes, pero hoy tiene al partido en sus manos y sus posibilidades de reelegirse han crecido desde que comenzó el torpe proceso de destitución promovido por los demócratas. Reino Unido, algo similar. La destrucción del Partido Conservador, seducido por el nacionalismo populista de Boris Johnson y el Brexit. ¿Y qué decimos de Francia? Sólo quedan Marine Le Pen y Emmanuel Macron. La espada que recorre Occidente es el exterminio de los partidos políticos como alguna vez los conocimos.
A nivel doméstico, la ruina de los partidos políticos es dramática. En Jalisco, PRI y PAN están en condiciones paupérrimas, mientras que los dos partidos más fuertes, MC y Morena, no tienen ni vida interna, ni liderazgos fuertes, ni tampoco procesos organizacionales complejos. ¿Usted sabe cómo se llama el Presidente de MC en Jalisco? Imagínese y estamos hablando de la primera fuerza política de la Entidad. Así, los partidos políticos se han quitado la máscara y se han revelado como lo que tal vez siempre fueron, pero lo maquillaban: agencias de colocación que consumen una buena cantidad de recursos públicos para llevar personas a la toma de decisión en gobiernos. Se acabó aquella idea romántica del “partido de cuadros”, como lo fue el PAN, por ejemplo. Qué ponía especial énfasis en la doctrina y la capacitación de sus militantes. Los panistas te recitaban la historia de su partido. O los partidos de masas, característicos de la izquierda, en donde confluían distintas identidades políticas y había amplias deliberaciones ideológicas.
Y es que la política en el mundo se ha vuelto cesarista. Lo demostró Andrés Manuel López Obrador con su escape del PRD y la fundación de Morena. Hoy, sin el líder, el PRD está al borde de la desaparición y el nuevo partido logró hacerse con la Presidencia, así como con la mayoría en ambas cámaras. La despartidización es un fenómeno que se ha acentuado en el caso mexicano. Casi el 50% de quien se consideraba afín a un partido político en 2006, hoy se declara independiente. Ni siquiera Morena o MC, partidos predominantes a nivel nacional y Jalisco, tienen una base amplia de simpatías. Los partidos captan intención electoral y simpatías por el líder político, no por el partido. El candidato es el mensaje.
Dicho cesarismo, concepto que alude al poder militar supremo que ejercía Julio César en la Roma Antigua, es producto de una variedad importante de factores. Primero, las redes sociales y la transformación de los medios de comunicación. La política se ha vuelto un espectáculo en donde lo que importa son las posiciones políticas de los actores y no las declaraciones institucionales. Incluso, la visión estética de los millennial y la generación Z embona mejor con el personalismo de la política que con la noción de militancia partidista. Nuestros tiempos líquidos, citando al gran Bauman, no son los más propicios para la lealtad que supone la militancia partidista.
En ese sentido, los ciudadanos se han vuelto más militantes de causas o personas que de partidos políticos. Los grados elevados de militancia partidista los vemos en las generaciones que actualmente tienen más de 55 años; es decir, que nacieron en los sesenta. Los menores de dicha edad se sienten más cómodos con una definición independiente de los partidos políticos: ambientalistas, feministas, animalistas, y un larguísimo etcétera. Militantes de causas que a la vez se expresan en símbolos, que los partidos políticos ya no pueden hegemonizar.
Nadie duda que el mundo atraviesa una etapa que podemos definir como “populista”. Luego de décadas de dominio incontestable del neoliberalismo, las sociedades han comenzado a votar por opciones nacionalistas, populares y más proteccionistas. El cesarismo es consecuencia del populismo: la erosión de la dimensión institucional de la política. Más que una relación orgánica o institucional con el líder político, ahora se teje un vínculo más directo y sin mediación de la estructura del partido. Por ejemplo, la mañanera es un instrumento eficaz que permite a López Obrador conectar con el pueblo desde las siete de la mañana.
Podemos debatir ampliamente lo que supone el cesarismo y la muerte de los partidos políticos. Definir pros y contras de estas tendencias de la política nacional y global. A mi me gustaría rescatar una positiva y una negativa. La positiva es la recuperación de la política. Por décadas, en el auge del modelo neoliberal, nos decían que la economía era la biblia y que la política sólo estaba ahí para estorbar. Hubo un discurso elaborado que criminalizó a la política, permitiéndole al mercado reinar a sus anchas. No obstante, hoy vemos en el mundo una recuperación del sentido transformador de la política. La victoria de López Obrador y su Gobierno son espejo de ello.
Y uno negativo: la destrucción de los partidos políticos supone que nos adentramos en un momento más riesgoso, incierto y peligroso. Los partidos siempre tuvieron muchos defectos, pero tenían una cualidad: dotaban de certidumbre a la política. Los estatutos, la ideología, los principios, las reglas internas, todo ello servía para encuadrar la acción política. Sabíamos qué esperar de un gobernante de un partido de izquierda, derecha, liberal o conservador. Siempre había diferencias entre el partido y el líder, pero ninguna que alterará por completo el proyecto político. Sin embargo, hoy dicho paraguas dejó de existir. Al ser los partidos meras maquinarias de acceso al poder, subordinadas al líder político, el resultado de los gobiernos queda a capricho del mandamás.
No pretendo redactar un epitafio a los partidos de hoy y para siempre. Estas agrupaciones seguirán existiendo. Sin embargo, los cambios generacionales, los medios de comunicación, las redes sociales, las tecnologías, los debates globales, la ideología, han enviado a los partidos políticos a la insignificancia. En política, en nuestros tiempos, los líderes políticos están por encima de los partidos que los llevan al poder.