México

El alto riesgo de la "nueva normalidad"

¿La sana distancia concluye cuando superamos en casos a China?  

El subsecretario Hugo López-Gatell fue bautizado por los medios internacionales como el “Zar anti-COVID”. Su estilo pausado, creíble y enfático cautivaron a una parte importante de los mexicanos.

Las encuestas muestran que la ciudadanía tiene una mejor imagen del subsecretario que del presidente Andrés Manuel López Obrador. López-Gatell, quien anteriormente le tocó enfrentarse a la pandemia de la Influenza AH1N1, se convirtió en una figura de relevancia política. Tirios y troyanos comenzaron a cargar flechas contra el protagonista de las conferencias de prensa vespertinas. 

Empezó a tomar forma la idea de que López-Gatell podría incluso ser presidenciable (algo exagerado). Un desconocido epidemiólogo, en un dos por tres, se instaló como la figura más importante del Gobierno de México. Hasta le robó luz al sistema solar del debate político en México: el omnipresente López Obrador. El científico tuvo que enfrentarse a su propio jefe. En tono respetuoso, pero no fueron ni una ni dos ni tres, las ocasiones en las que tuvo que discrepar del relativismo científico que mostraba López Obrador frente a la pandemia. Cometió errores al inicio como abonar a la fantochería cuando permitió que el presidente siguiera con los abrazos, los saludos y hasta avaló la vacuna “moral” que, supuestamente, protegía al primer mandatario. Sin embargo, corrigió el rumbo y, por un buen tiempo, López-Gatell se circunscribió exclusivamente a la información epidémica. De la misma forma, explicó el modelo de detección epidémica, el famoso Centinela, y todos sus discursos se alinearon con esa decisión. Tuvo la paciencia de aguantar preguntas, en las conferencias vespertinas, que rayaban en la ignorancia más absoluta. 

No obstante, en la medida en que nos acercamos al final de la Jornada Nacional de Sana Distancia, el optimismo se convirtió en incertidumbre; la información confiable en vacíos; las explicaciones oportunas en mayor confusión. Y todo rodeado de una verdad incontrovertible, ésa que está en los propios datos del Gobierno de México: concluimos esta etapa del combate al coronavirus, la etapa del confinamiento más estricto, justo en el momento de aceleración de los contagios. Ya no me meto en si la curva es plana, chata o parece el Nevado de Colima, simplemente atenta contra el sentido común que luego de meses de esfuerzos ciudadanos inusitados nos digan que estamos preparados para volver. “Domamos la pandemia”, dice el presidente. ¿No nos damos cuenta de que el promedio de casos de los últimos 15 días, es el doble que el promedio de los 15 días previos? No le da relevancia el Gobierno de México a un hecho incontrovertible: las muertes, asociadas a COVID, ¿se han triplicado en mayo con respecto a abril? ¿Eso es domar?

No hay ningún indicador que nos diga que estamos mejor hoy que el 15 de mayo cuando se firmó el decreto que sostenía el retorno a las actividades basado en un semáforo de cuatro etapas. Ni a nivel nacional ni en Jalisco. Es cierto que la saturación hospitalaria no ha sido del tamaño de otros países como Italia, España o Estados Unidos, pero eso lo podemos afirmar en este momento determinado cuando hay un porcentaje alto de aislamiento social. ¿Podremos afirmar lo mismo cuando el porcentaje de la movilidad en las urbes se duplique? Si en Guadalajara, durante los últimos 15 días, el confinamiento se redujo 22%, ¿Qué pasará si damos el banderazo de salida?

Entiendo el realismo político detrás de las decisiones de desconfinamiento que se están tomando.

No soy iluso: la economía no soporta más. Un mes más de aislamiento supondría muertes, ya no por COVID, sino por no poder llevar pan a la mesa. También entiendo que quien presiona para abrir no son los comerciantes, artesanos, trabajadoras domésticas o profesionistas. Quien está detrás de bambalinas exigiendo la reapertura son los grandes intereses económicos que quieren un retorno a la normalidad cuanto antes, aunque el costo en vidas pueda ser alto. Esos que no se presentan a las elecciones, pero que están permanentemente presionando a los gobiernos para que sean ellos los que asuman el costo político por decisiones que son impopulares. 

Si López-Gatell fuera fiel a sus palabras: debería aceptar que los pronósticos del modelo no se cumplieron. Y exigir al Gobierno que amplíe la Jornada Nacional de Sana Distancia y el decreto de emergencia sanitaria que nos rige desde marzo. Regionalmente, la Ciudad de México y el Estado de México, que comparten la megalópolis del Valle de México, tienen alrededor del 40% de los casos de todo el país. Y, según lo ha dicho el propio subsecretario, las otras dos urbes en importancia demográfica -Guadalajara y Monterrey- están en fase de contagio acelerado. La Jornada Nacional de Sana Distancia tenía como objetivo aplanar la curva de contagios y llegar al primero de junio con una pandemia controlada. Nadie nos puede garantizar que sea seguro salir el día de mañana. No podemos terminar la Jornada Nacional de Sana Distancia cuando es justamente distancia social lo que necesitamos. Siguen muriendo cientos de mexicanos por coronavirus todos los días. 

En el mismo sentido, en un grave error -desde mi punto de vista después de hablar con distintos especialistas- el Gobierno de México le dio la espalda a las pruebas de anticuerpos para detectar inmunidad. A contracorriente de lo que han hecho países como Alemania que ya realizaron el examen a casi cada ciudadano, en México comenzaremos con las pruebas de anticuerpos cuando ya estemos de vuelta. Tampoco se hicieron exámenes PCR masivos para detectar casos y, con ello, identificar la cadena de contagios. Es decir, una persona positiva, con cuanta gente tuvo contacto, ubicarlos y aislarlos. Ni siquiera tenemos idea del famoso multiplicador: ¿por cuántos tenemos que multiplicar el número de contagios oficial? ¿Por ocho, diez, cien, mil? 

Otro error y ese sí achacable al subsecretario: el 27 de abril dijo que el cubrebocas tenía “nula utilidad” para frenar los contagios de coronavirus (algo que yo pensaba en febrero, pero ni soy epidemiólogo ni mantuve esa terca postura a pesar de la doctrina científica). Con esa aseveración contradijo toda la literatura científica que señala que el uso del cubrebocas es fundamental para evitar que, una persona con algún síntoma, pueda contagiar a terceros. O incluso, que casos de coronavirus asintomáticos puedan esparcir el virus sin darse cuenta al hablar, estornudar o toser. 

El presidente López Obrador, al igual que mandatarios como Trump o Bolsonaro, comenzó una inexplicable guerra política contra el cubrebocas (incluso hay movimientos de extrema derecha que usan pancartas contrarias a la mascarilla) y el subsecretario se sumó. Hasta finales de la semana pasada cuando tuvo que aceptar que el cubrebocas sí era importante y recomendable para salir al espacio público. 

López Obrador anunció que el martes reactiva su gira por el país. Lo hará cuando, de acuerdo con su modelo epidemiológico, 31 de las 32 entidades federativas se encuentran en máximo riesgo de contagio. Un presidente, con tanta visibilidad como López Obrador, debería ser ejemplar en su comportamiento. La política y los intereses económicos se están poniendo por encima de la salud.Y puede que muchas personas estén de acuerdo, pero no bañen las definiciones con el aroma aséptico de la ciencia. El primero de junio, por mala comunicación de los gobiernos y desesperación de la ciudadanía, se ha tatuado como la fecha para dilucidar la luz al final del túnel. Vaya paradoja: nos encerramos con bajísimo riesgo y nos piden regresar cuando ya superamos a China en casos y somos el octavo país del mundo con más fallecimientos por coronavirus.

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