Temporada de pitayas
¿te has preguntado de dónde traen las verduras y frutas que compras en el tianguis o el supermercado y cuál es el impacto ambiental de su producción?
La época de calor que este año ha sido particularmente severa no sólo invita a irse los fines de semana a Villa Corona o a San Juan Cosalá. También es la época en la que el pitayo (el cactus llamado Stenocereus queretaroensis por los botánicos) nos ofrece sus frutas deliciosas de tonos brillantes y atractivos de rojo, violeta, rosa mexicano y amarillo.
Además de endulzarnos la primavera, la temporada de pitayas brinda oportunidades para reflexionar sobre el origen de los alimentos y nuestra relación con la naturaleza. Por ejemplo, ¿te has preguntado de dónde traen las verduras y frutas que compras en el tianguis o el supermercado y cuál es el impacto ambiental de su producción?
El desmonte para establecer parcelas de cultivo, el uso descuidado de agroquímicos y el transporte contribuyen a elevar la huella ambiental de la comida. Pero debido a que el pitayo evolucionó en suelos relativamente pobres y expuesto a varios meses de sequía, su cultivo y aprovechamiento son posibles con muy pocos insumos, aunque ciertamente mejora su rendimiento con riego y fertilización. Así, el costo ambiental de las pitayas se restringe casi exclusivamente a su transporte. Y aun así, como se producen casi exclusivamente en Jalisco, sobre todo en Techaluta, Amacueca, Zacoalco y cerca de Autlán, la cantidad de gases de efecto invernadero que se emite durante su transporte a la Zona Metropolitana de Guadalajara es mínima.
De cara al cambio climático, las pitayas también nos pueden ayudar a vislumbrar un futuro optimista de la comida. A pesar de que distintos modelos atmosféricos anticipan que la lluvia necesaria para la producción agrícola disminuirá a lo largo de este siglo, en México se utilizan distintas plantas que ya están adaptadas a la aridez. Este es, precisamente, el caso del pitayo y de cerca de una veintena de cactáceas columnares distribuidas a lo largo del país, desde el saguaro en Sonora, hasta los chendes y chichipes de la parte árida del sur de Puebla. Así, el estudio de estas y otras plantas útiles de zonas áridas, como los nopales, verdolagas y otros quelites, guamúchiles y ciruela amarilla, sin duda ayudará al desarrollo de formas de cultivo que sean al mismo tiempo amables con el ambiente y tolerantes al cambio climático.
El pensar en estas plantas de consumo estacional muy local también nos permite reflexionar sobre nuestro rol en la naturaleza. Aunque en las ciudades nos pensamos como algo ajeno a la naturaleza, en realidad tanto nosotros, como nuestra comida somos parte de ella.
Por lo pronto, aprovechemos este domingo para ir por pitayas y, si queda espacio, por un tejuino.
Sobre el autor
Usuario y entusiasta de la comida, el Dr. Erick M. de la Barrera estudió biología en el Centro Universitario de Ciencias Biológicas y Agropecuarias de la Universidad de Guadalajara. Es investigador de ecofisiología agraria en el Instituto de Investigaciones en Ecosistemas y Sustentabilidad, en la Universidad Nacional Autónoma de México, donde estudia intersecciones del cambio global y la seguridad alimentaria. @erickdlbm
Para saber
Crónicas del Antropoceno es un espacio para la reflexión sobre la época humana y sus consecuencias producido por el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara que incluye una columna y un podcast disponible en todas las plataformas digitales.