Enfrenta con humor la enfermedad cancerígena
Rosa Tinajero se aferró a su buen ánimo y al apoyo de su familia para soportar le tratamiento que terminó con el cáncer de mama
“Tumorín Cancerín” fue el nombre que Rosa Tinajero, de 65 años, le dio a la bolita de cáncer de mama que le detectaron en 2012, cuando formó parte de las mil 588 personas que tuvieron ese año la enfermedad en Jalisco. Tardó un lustro en vencer al cáncer.
Un día, mientras se bañaba, se dio cuenta de que su pezón estaba hundido. Cuando fue a revisarse supo que, además, tenía una bolita por dentro.
Una semana después de la primera cita, la mandaron a hacer unos estudios y le dijeron que tenía cáncer. En otro hospital se lo confirmaron junto con algo más: ya estaba en la cuarta etapa. “La quinta es cuando uno ya está por morirse”, explicó.
“Mi problema no era tanto el cáncer, sino cómo decírselo a mis hijos. Fueron unas vacaciones muy pesadas porque yo (me encontraba) entre que quería estar alegre o decirles”.
No fue sino hasta el último día de aquellas vacaciones cuando juntó a sus tres hijos para hacerles la revelación. “Lloramos una media hora, hasta que mi hija la mayor dijo ‘ahora ¿qué sigue? Ya sabemos que tienes cáncer, ¿qué vas a hacer para salir adelante?’”.
Aquella bolita había crecido hasta medir seis por cinco centímetros. Reconfirmaron que era cáncer y comenzaron las quimioterapias: “Tuve que ser fuerte porque a ellos (sus hijos) no los podía dejar caer”.
Aunque al principio fue difícil, con la ayuda de su familia logró salir adelante. “Uno piensa ‘¡Cáncer! Me voy a morir’ pero yo decidí que no iba a ser así”, expresó. Se dispuso a tomarlo como una enfermedad más, pues “igual de gripa se muere uno”.
Ese lado de ver la enfermedad permitió que su familia aceptara el tumor -casi- como un hijo e incluso que lo nombraran con cariño e hicieran bromas sobre él.
Quimioterapias: un dolor que desmorona los huesos
Las quimioterapias inyectadas a Rosa fueron una de las partes más duras del proceso. Las recibía cada 21 días.
“El primer día llegué a mi casa y sentía unos rayitos. La ‘quimio’ ya estaba atacando mi tumor”, recordó. Era tanto el dolor que no se podía mover y, si lo hacía, imaginaba cómo sus huesos se “desmoronaban”.
El segundo día bajaba el dolor, hasta que una semana después terminaba. Era cuando se preparaba para la siguiente comiendo muchas verduras para que las plaquetas fueran las suficientes.
Aunque a la fecha Rosa continúa cuidando su alimentación, no siempre fue así.
“Antes de esto, tomaba, fumaba, me desvelaba… era un caos y al final mi cuerpo me cobró factura”, además de eso, trabajaba jornadas de más de 16 horas al día.
“Ya no tomo, no fumo y me alimento bien. Ya estoy media aburrida, pero viva”, señala entre risas.
“La vida es muy bella”
Luego de ocho meses de tratamiento el “Tumorín Cancerín” ya no se sentía, fue cuando el doctor le dijo: “Te puedo quitar el pedacito de pecho o te puedo quitar todo”. Aunque para la mayoría de las mujeres la segunda opción es la más difícil, Rosa supo al instante que era mejor para que no quedaran raíces del cáncer de mama.
“Se tenía que ir. Si a mis hijos, que los quiero mucho, los saqué, este también se va”, manifestó.
Un año después de enterarse que tenía cáncer, estuvo en el quirófano para que le quitaran su pecho izquierdo, y lo ha aceptado tan bien que no se lo ha “puesto” otra vez ni quiere. En cambio, usa una prótesis de alpiste. “No me hace falta y no le lloré mucho”, explica.
Después de eso, tuvo que seguir cinco años más con un tratamiento de quimioterapias a base de pastillas.
Gracias a tomar lo que le pasaba a broma, su enfermedad dejó de ser algo pesado. “Ahorita estoy tranquila, tratando de vivir lo más posible. Hay que cuidarse, la vida es muy bella”, aseguró Rosa.