Ideas

Ya ni la amuelan

La paciente facultativa que lleva el detallado historial de mis devaneos físicos y detrimentos varios dice encontrarme en un estado aceptable, tomando en cuenta la friolera de años que cargo encima, el cancelado pendiente que me provocan la figura y el ejercicio para recomponerla, la escasa prudencia con que mantengo mis equilibrios alimenticios y el indeclinable vicio de la fumadera.

No obstante, la consulta mensual por la que me checa los niveles y me prescribe los remedios para mantenerlos, nunca termina sin que me recomiende comer sanamente, cuidarme del frío, caminar media hora al día y “vigilar” mi kilataje (como si no lo viera todos los días) que aumenta y pierde algunas décimas de cuando en cuando, igualito que el peso mexicano y sigue tan campante.

Con mi expresa y sentida contrición y aun cargando el fardo de la penitencia asignada, justo al siguiente día se me apareció el demonio de la gula, en la forma de una bullanguera fiesta para celebrar a dos sobrinos muy queridos, quienes se acercaron por primera vez a degustar el pan de los ángeles, y qué mejor tributo en su honor que acercarme yo también a la mesa que me correspondía y, con la muy vigente consigna impuesta por mi doctora, darme a la tarea de “vigilar” la prudente ingesta de los churritos, cacahuates, fruta picada y papitas que me hicieron ojitos desde que llegué y que, apenas quince minutos después, inexplicablemente fueron desapareciendo entre mis voraces y hambrientas fauces; eso sí, empujados con un refresco sin azúcar.

Dicen que el propósito de la botana es abrir boca, y lo comprobé cuando no pude cerrarla de nuevo hasta que realicé un nuevo acercamiento a la mesa del señor, que no sería tan eterno y milagroso como el de los cielos, pero comandaba a un destacamento de diligentes servidores de tacos, elaborados con tortillita recién hecha, con una veintena de rellenos a escoger y una profusa variedad de salsas, a cual más de apetitosas. Así que, en plena labor de “vigilancia”, nomás me acomodé una decena de tacos nomás de frijoles, pollo y champiñones, porque los de chicharrón engordan y acompañándolos con un vaso de agua de jamaica, que dicen que es muy buena para quemar la grasa.

Por la mesa de postres, cargada de chocolates, malvaviscos, brownies, palomitas, golosinas de tamarindo, flanes, gelatinas y toda suerte de vistosos dulces y paletitas nomás pasé para admirar su decoración y “vigilar” que no más de tres ejemplares se anidaran en mi bolsa, para algún futuro pecadillo que resolviera cometer.

Y me habrán de perdonar mis muy apreciados anfitriones que ya ni la amuelan con sus obsequiosos excesos para tentar al prójimo y deslavarle sus más sanos propósitos, pero ya a la nieve, el salchipulpo y la espiropapa de plano no les llegué, porque con la generosa rebanada de pastel que ya nomás por cortesía (y porque estaba buenísimo) engullí, me cansé de tanta “vigilancia” y di por concluido el atentado gastronómico que perpetré por mi imbatible glotonería, a sabiendas de que el resto de la noche de ese día, y en el próximo enfrentamiento con la báscula, me pasará la factura. Y a ver con qué cara le salgo el próximo mes a mi asesora de salud, cuando tengo en puerta tres o cuatro cuchipandas decembrinas que, ciertamente, no pienso pasármelas vigilando mi peso.

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