Ideas

Va mi realidad en prenda

Las cosas deben estar francamente mal si cada vez es más intenso el debate respecto a quien da cuenta con más fidelidad de aquello que es real. Por “las cosas” nos referimos a lo que es común: la economía, la confianza entre gobernantes y gobernados, la seguridad pública, la calidad del gobierno. Si cualquiera que va al mercado nota que con la misma cantidad de dinero no compra lo mismo que antes, o que de gasolina obtiene menos litros y que el gas y la renta y la ropa cuestan más, es singular escuchar al presidente de la República afirmar que la inflación está controlada, que los combustibles no han subido de precio, que la economía de México ha transitado por entre la pandemia mejor que la de muchos países. Si por donde sea vemos huellas de la violencia: homicidios dolosos cotidianos por decenas, desapariciones, extorsión, cobro de piso, robos, y la gente afirma, por estos días miembros de la Iglesia Católica, en seguridad no estamos, no vamos bien, y la respuesta de quien gobierna es rebatir a quien va en contra de su opinión, está claro que la confianza está rota. Si los niños que padecen cáncer no tienen en las instituciones de salud un asidero, la calidad del gobierno es mala.

El empleo de datos para dar consistencia compartible a la realidad se anuncia para evitar debates de los que nacen porque las partes comienzan su alegato con recurrencias como “me parece”, “creo”, “opino”, “me dijeron”, etc., desde las que traslucen subjetividades del tipo, el presidente (el gobernador o el alcalde) me cae mal, o se los dije: son incompetentes; o la subjetividad prevalente, consecuencia de estar inmersos en tantos problemas, la de suponer que la experiencia personal abarca todo y a todos, que basta para enderezar teorías generales y para juzgar y dictar sentencias de aplicación universal. Sólo que el uso de datos no ha servido de vínculo entre lo que se opina, se cree, se supone, y la sensibilidad de quienes fijan el rumbo de la sociedad, los que disponen del dinero colectivo y están obligados a proveer las condiciones para el bienestar. Valerse de la estadística no ha sido útil porque una de las partes, la que tiene cotidianamente todos los medios para que su voz prevalezca, apela a ella para sus propios fines: la inflación de 7% es irreal para quienes saben que un kilo de tortillas subió más que eso; la disminución a la mitad de las denuncias por delitos patrimoniales significa nada para quien debe poner candados, púas y alarmas en su casa, y mortificarse cuando sus hijas, sus hijos salen de noche, o de día. La otra parte de la ecuación, la que componen las personas, no recibe beneficio de la interpretación que de los datos hacen las autoridades. Es un remedo de diálogo, en dos idiomas distintos, y cada uno de los dialogantes ignora el del otro.

El mecanismo se torna perverso: los gobernantes tienen la fuerza legal para colectar los impuestos y usarlos para incidir en la realidad que ellos idealizan, construyen y habitan, en exclusividad. El viernes anterior, por ejemplo, el presidente “inauguró” la refinería de Dos Bocas, en Tabasco, que, si todo sale según los planes, en 2026 estará en producción plena. ¿A cuál realidad atiende un gasto (es intencional no llamarle inversión) de esa magnitud? A la del presidente. Lo mismo sucede con el Tren Maya y de manera similar con muchas obras en los estados y en los municipios. Si de acuerdo con las deducciones que los gobernantes hacen a partir de las cifras, la seguridad pública va en evidente mejoría ¿para qué gastar en procurarla más y mejor? Y peor: para qué hacer caso del parecer de la gente.

De lo que se sigue que para quienes rigen el ámbito público es imprescindible refutar las versiones de la realidad que no concuerden con las de ellos; lo más que conceden a las voces que logran trasponer la frontera entre las realidades es prometer una investigación que nunca sucede. Lo hizo el presidente el jueves anterior cuando le preguntaron sobre el dicho de algunos religiosos en Jalisco, y en Zacatecas, respecto a la existencia de retenes puestos en ciertas carreteras por el crimen organizado: lo negó, a coro con el gobernador, dijo que él no estaba enterado y, al fin, para zanjar la cuestión, dijo que investigarán. Ese mismo día EL INFORMADOR reportó 17 de esos retenes; con un inconveniente, para los gobernantes: que la cantidad y la ubicación salieron de una realidad extraterrestre para ellos, la de la gente, porque en la Fiscalía nadie los ha denunciado. Se antoja parafrasear aquel juego filosófico: el celular que se roban y no se denuncia ¿en verdad se lo robaron?

Podría argumentarse que mientras estamos atareados discerniendo sobre cuál, la de quién, es la realidad real, hay una, económica, política, de inseguridad, que carcome la calidad de vida de la mayoría. Lo terrible es que mientras esa realidad es evidente y ominosa, la otra también, la de los gobernantes: que no hacen sino mantener su modo de estar en el mundo, de reproducirse y de sostener su hábitat y a sus congéneres.

Estamos inmersos en los previos de la elección federal de 2024 y se dice con solemnidad académica: para oponernos eficazmente al gobierno actual no alcanza con aborrecerlo, precisamos de una opción viable y deseable de nación. ¿En verdad? La experiencia de las últimas décadas señala que tan pronto la oposición se vuelve gobierno, comienza a morar la realidad que describían para sí mismos los anteriores -con matices, claro- para inmediatamente después desestimar la que fue constitutiva de su plataforma. Sí, las cosas deben estar francamente mal si lo que urge es una descripción compartida de lo real. O, en todo caso, poner las múltiples realidades a conversar.

agustino20@gmail.com

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