Ideas

Tillerson, Pompeo y el acuerdo nuclear con Irán

Por Mauricio Meschoulam, analista internacional

La salida de Tillerson del Departamento de Estado de EU era previsible. Sus diferencias con Trump eran evidentes desde hace meses. Desde temas como Qatar y Corea del Norte hasta otros como la decisión de abandonar el acuerdo climático de París, la distancia entre Tillerson y Trump ha seguido creciendo. Pero el detonante del despido es la cuestión del acuerdo nuclear con Irán. Había que tomar, muy pronto, una decisión al respecto y Trump prefirió hacerlo de la mano de alguien mucho más afín a sus posturas como Pompeo.

Podríamos resumir la oposición de Trump al acuerdo en tres aspectos: (1) Irán sigue progresando en su programa de misiles —un tema no incluido en lo acordado— con lo que se mantiene violando el “espíritu del pacto”; (2) Irán sigue financiando a actores y grupos como Assad o Hezbollah que se oponen a los intereses de EU y los de sus aliados; y (3) El acuerdo nuclear tiene fecha de caducidad, 10 a 15 años, tras los cuales Irán podrá reasumir su actividad atómica. Teherán, por su parte, sostiene que las negociaciones con Obama se habían limitado a la cuestión nuclear. Otras potencias firmantes del pacto, tales como las europeas, coinciden con Trump en varias de las deficiencias del pacto. Sin embargo, en su visión, el acuerdo sí tiene virtudes, y abandonarlo en este punto, ocasionaría serios problemas. Por consiguiente, están trabajando a marchas forzadas para intentar idear alguna alternativa que Trump pueda aceptar. Es por ello que la sustitución de Tillerson por Pompeo justo en este punto, es una muy mala señal para quienes creen que el acuerdo puede salvarse.

Esta visión no sólo impera fuera de Washington. Además de Tillerson, el secretario de Defensa, Mattis, y el consejero de Seguridad Nacional, McMaster, sostienen que, si bien el acuerdo nuclear tiene grandes problemas, cancelarlo no es hoy la mejor opción. Estos son sus argumentos: (1) el acuerdo nuclear ha funcionado, pues ha contenido de manera inmediata el progreso iraní hacia su bomba atómica; (2) se reconoce la actividad iraní en otras cuestiones, pero se ofrece un amplio espacio de tiempo —10 a 15 años— para atender esos otros asuntos; (3) el establecimiento de un plazo arbitrario (mayo) para negociar todos esos aspectos paralelos obliga a las potencias europeas y a otros actores como el Congreso, a atender plazos imposibles de cumplir; (4) la alternativa al acuerdo nuclear actual es un no-acuerdo, bajo lo cual Irán podría reasumir su camino hacia la bomba atómica. Ese escenario elevaría el riesgo de un conflicto regional, además de los peligros que conllevaría una imparable proliferación nuclear; por último (5), al abandonar el pacto, Trump envía señales a actores como Corea del Norte, acerca de que los acuerdos firmados por la superpotencia son contingentes a personas y a circunstancias. Ello elimina, de manera automática, incentivos para negociar.

Ahora bien, de Trump se puede esperar cualquier cosa. Pero el hecho de que el presidente se encontraba rodeado de actores como Cohn en materia económica, como Mattis y McMaster en asuntos de seguridad, o como Tillerson en asuntos de política exterior, brindaba cierta certidumbre de que sus instintos serían, al menos relativamente, contenidos. Lo que está pasando estas semanas es que uno a uno de esos “contenedores” se está yendo o está siendo despedido. Trump se va quedando cada vez más solo con esos instintos y con personalidades que le son afines. Y ese escenario, el de los impulsos, instintos y a veces caprichos no contenidos, es de alto riesgo para todos los países, aliados y rivales por igual.

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