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Los primeros 100 días: la restauración

El informe de Claudia Sheinbaum por sus primeros 100 días en la Presidencia mostró en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, el corazón político de la Nación, el verdadero proyecto de la llamada cuarta transformación: la restauración del viejo orden político, con el partido hegemónico y una forma de Gobierno con poder absoluto. La Plaza de la Constitución estuvo ocupada mayoritariamente por los grandes sindicatos -maestros, petroleros, obreros y electricistas- y militantes de Morena, con imágenes a las que estábamos acostumbrados hace 50 años. Su discurso fue una línea continua de la narrativa del arquitecto de la rehabilitación del viejo sistema político, Andrés Manuel López Obrador.

No hay nada que deba sorprender a nadie, porque a nadie engañó López Obrador ni su sucesora, la presidenta Sheinbaum. Ella misma cuestionó a quienes pensaban que su sexenio no sería más de lo mismo y hoy la cuestionan porque no se distanció de su predecesor. “Nos critican algunos medios, la comentocracia, ¿por qué no nos diferenciamos? ¿Por qué defendemos los programas del bienestar? ¿Por qué hay continuidad?”, retó. “Pero si siempre lo dijimos, ¿cuál sorpresa? Por eso luchamos durante todos estos años. Para eso nos eligieron, para dar continuidad a la transformación iniciada en 2018”.

Los señalamientos de Sheinbaum son generalmente ciertos, aunque no es la comentocracia meramente la que la juzga, sino aquellos sectores que a través de los medios expresa su desconcierto porque al llegar al poder no cambió el rumbo. La ingenuidad de esos sectores debería calificarse de otra forma. Podían haber sido presas de su propia ignorancia cuando pensaban hace seis años que, una vez en el poder, López Obrador se moderaría, pero decir lo mismo tras la experiencia sexenal en el caso de Sheinbaum muestra una mediocre capacidad analítica. El mismo ex presidente lo anticipó cuando declaró que su sucesora lo rebasaría por la izquierda.

Algunos más cínicos, en el ámbito empresarial, piensan que la centralización política y económica que está consolidando el Gobierno de Sheinbaum no será un problema real, porque ya lo habían vivido durante el Gobierno de Luis Echeverría. Su reflexión es incorrecta y limitada, porque se refieren a un mundo que no existe ya. La restauración del viejo orden político y económico no es resultado de los acuerdos de Bretton Woods y la Guerra Fría, sino consecuencia del resurgir revitalizado del proteccionismo y de los nacionalismos, impulsados por realineamientos geopolíticos tripolares y la migración global.

El informe de los primeros 100 días mostró el rumbo consistente y firme por el que avanza el llamado “segundo piso de la cuarta transformación”, con un Gobierno rector de la economía, no solo regulador. Tampoco es algo inconsistente con sus acciones, como muestra su plan de “productos mixtos” en el sector eléctrico, donde quien quiera invertir tendrá que aceptar el 54% de propiedad estatal y el resto en manos del capital privado. Tomando como referencia el desastre que hizo el Gobierno de López Obrador con Pemex, ya se verá quiénes son los valientes inversionistas que se lanzan al ruedo.

En el discurso de Sheinbaum no hay espacio para interpretaciones distintas. Prácticamente no se refirió a un trabajo donde el sector privado sea parte del crecimiento económico, dejando para este lunes el detalle de lo que hará con los empresarios con el anuncio del Plan México. Sin embargo, adelantó ayer que lo que han hecho con ese sector productivo es poner “orden y transparencia” en sus relaciones con el Gobierno. Ya lo hizo con varias empresas que, como dijo Sheinbaum en su discurso, “cedieron” parte de su reserva de agua, como resultado de presiones para entregar entre el 10 y el 20% de su volumen disponible, sin que haya un plan de inversión gubernamental definido aún para evitar que su nueva agua no llegue ni al campo -que más lo requiere- ni a las ciudades.

La estatización de la economía está montada en el discurso contra los gobiernos neoliberales, que privatizaron muchos sectores y permitieron abusos, como fue el caso del agua. Pero la rectoría no podría lograrse si no existiera el control político absoluto de la vida pública, como se hizo durante los años del autoritarismo más recalcitrante del PRI. El viernes pasado, en una videoconferencia en el ITAM, el expresidente Ernesto Zedillo, que terminó de desmantelar al PRI, se refirió a la reconfiguración del poder mexicano como una “tiranía”, que significa una forma de Gobierno con poder absoluto que no está limitado por las leyes.

Sí hay un poder absoluto, pero no de Sheinbaum sino del régimen, porque ella no tiene el mando superior sobre el presupuesto, que tiene que compartir con Adán Augusto López, el coordinador de la bancada de Morena en el Senado, que administra los intereses de López Obrador, y de Ricardo Monreal, el coordinador de la bancada del partido en el Gobierno en la Cámara de Diputados, que administra los intereses… de él mismo. Tampoco domina a Morena, donde la selección de candidatos para la próxima legislatura quedará en manos del hijo del ex presidente, y de Luisa María Alcalde, cuya familia es incondicional de López Obrador. Es decir, por lo pronto, si ella no encabeza la restauración de manera plena, es funcional para el objetivo.

Lo que Zedillo señaló con precisión es que Sheinbaum está destruyendo la democracia, que no le alcanzó a López Obrador hacerlo, pero que forma parte del proyecto de la cuarta transformación. Esto lleva a la única mentira flagrante que sostiene la presidenta, que el nuevo régimen es una democracia. No lo es, en términos de lo que se considera una democracia liberal con contrapesos, rendición de cuentas y un Poder Judicial autónomo. Vivimos en una democracia iliberal, o híbrida, caracterizada por funcionar con elementos democráticos y autoritarios, pero caminando definitivamente hacia una autocracia, que es un modelo que ha venido abriendo brecha en el mundo.

El obradorismo, donde Sheinbaum es una de sus piezas centrales, está profundizando a toda velocidad la colocación de los pilares que al PRI le llevó décadas consolidar. Es la restauración de un régimen autocrático. Cómo lo defina la presidenta, es secundario.

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