La bonanza del general
Los hackeos a la información secreta de la Secretaría de la Defensa Nacional y del Pentágono empiezan a pintar un cuadro que en algún momento empezará a ser un lastre y una preocupación para el Presidente Andrés Manuel López Obrador y para el secretario de la Defensa, general Luis Cresencio Sandoval. Los hackeos revelan que el creciente papel otorgado por el Presidente al Ejército está causando fracturas importantes en las Fuerzas Armadas, que se abrirán más por la forma como el general de cuatro estrellas empieza a ser exhibido como un hombre al que le gustan el dinero y los lujos, sin prestarle mucha atención al recato y la percepción.
El dardo público más fuerte lo disparó este lunes una investigación de Mexicanos Contra la Corrupción y La Fábrica de Periodismo sobre los excesos del general con dinero del erario, a través del análisis de correos que se encontraron en los llamados Guacamaya Leaks. La investigación, bajo la firma de Ignacio Rodríguez Reyna, expone viajes del general y su familia por Europa, el Caribe y Estados Unidos, viajando en aviones militares o comerciales -en clase ejecutiva- junto con nutridas comitivas apoyando a su esposa y familiares, en algunos destinos turísticos y utilizando dinero de los contribuyentes para la recreación y el divertimento.
La revelación más inquietante a nivel institucional la hizo el sábado pasado The Washington Post, que descubrió una ruptura en el seno de las Fuerzas Armadas mexicanas en los reportes secretos del Pentágono publicados en las redes sociales sobre el espionaje de Estados Unidos sobre sus aliados. Uno de esos informes mostró la molestia del secretario de la Marina, almirante Jorge Rafael Ojeda, por la nueva responsabilidad que le dio el Presidente al Ejército de tomar el control del espacio aéreo mexicano, quien como consecuencia ordenó limitar la cooperación y la información a la Secretaría de la Defensa Nacional.
La difusión de información secreta del Ejército hasta antes de estas revelaciones se había concentrado en reportes sobre la salud del Presidente y viajes de su familia, análisis estratégicos sobre el crimen organizado y corrupción con políticos, y espionaje de civiles, pero no se habían visto los excesos personales del secretario de la Defensa, cuya deferencia política y presupuestal de López Obrador hacia él tampoco había mostrado las consecuencias dentro de las Fuerzas Armadas por esa inclinación.
Estas nuevas informaciones permiten ver el quid pro quo del Presidente con el general, detonado por el primer gran giro de López Obrador en sus promesas de campaña, cuando en lugar de regresar al Ejército a sus cuarteles, los dejó en las calles y fortaleció sus labores en seguridad pública. La forma abyecta del general a todas las instrucciones del Presidente, de acuerdo con funcionarios que lo vieron en las reuniones del gabinete de seguridad, y la prontitud a decir que sí a todo, cuando otros miembros del gabinete mostraban reservas o dudas sobre las órdenes de López Obrador, le fue ampliando la confianza de quien la mide en razón de la incondicionalidad a sus deseos.
El general Sandoval se empoderó a niveles insospechados. El mejor ejemplo de esto, por lo que significa, fue su alejamiento del general Audomaro Martínez, director del Centro Nacional de Inteligencia. Martínez, compadre de Sandoval, quien lo propuso para la cartera de secretario de la Defensa, a donde brincó pese a que era el general 22 en jerarquía. La confianza entre ellos, sin embargo, se fue deteriorando, al punto que el director del CNI informó al Presidente de las deficiencias y fracasos del Ejército en materia de seguridad, y como consecuencia, cuando menos de manera coincidental, Sandoval prohibió que la esposa de Martínez tuviera acceso al Campo Militar Número 1, lo que se vio en Lomas de Sotelo, como un quiebre en esa relación.
Lo que iba sucediendo de manera colateral, era el respaldo y la tolerancia a lo que en otros gobiernos no era aceptado. De la mano de Julio Scherer, cuando todavía era consejero jurídico de la Presidencia, estuvo buscando terrenos y casas en Valle de Bravo, sin saberse para qué fines. No se sabe el resultado de esa pesca, pero cuando se construyó el aeropuerto Felipe Ángeles y se tuvieron que mover las viviendas militares en la Base Aérea de Santa Lucía, se edificaron casas de más de 260 metros cuadrados para los altos mandos, que generó molestia entre oficiales y tropa porque consideraban, confió un oficial en su momento, que el dinero que se obtenía de las concesiones y gracias presidenciales, no se repartía en cascada.
El general no se cuidaba. Hubo eventos públicos donde portó relojes de alta gama, que fue la primera señal que llevo a funcionarios del Gobierno a levantar las cejas ante los crecientes bienes materiales y joyas que mostraba el general -junto con otros generales-, frente a los que exhibían cuando comenzó el sexenio. Los antecedentes de una mejoría económica en lo personal coincidieron con el mayor papel que le fue dando el Presidente al Ejército.
Las revelaciones de Guacamaya Leaks aportaron información oficial sobre esa nueva forma de vida del general y su familia. Viajes por todo Italia, hospedándose en hoteles lujosos, organizado por los agregados militares que planearon el tour por Roma, Pisa, Florencia, Milán y Venecia. Hay también registros de viajes a Colorado -probablemente a los destinos de invierno en Aspen y Vail-, y a República Dominicana, donde no cabe otro viaje de turismo que a Punta Cana.
La riqueza que muestra el general, que hoy es pública, ya era conocida motivo de sospecha en la Secretaría de la Defensa, pero su socialización podrá generar mayores inconformidades internas y dañar la imagen pública del Ejército, por la vía del secretario. No queda al margen de ese costo el Presidente, que en su lógica para neutralizar a los servicios de inteligencia de Estados Unidos que se apoyaban únicamente en la Marina, empoderó y enriqueció al Ejército. El saldo de esa estrategia no lo sabemos todavía, pero de que apesta, apesta.