Mediocracia
No me refiero al Gobierno de una posible clase media, sino a una democracia mediocre, como es la nuestra, con un largo historial de complicidades entre los tres poderes, y la hipotética “inteligencia” mexicana, los grupos de poder económico, los medios de comunicación, y desde los tiempos de Abelardo Rodríguez, por lo menos, con la delincuencia organizada.
Nuestra mediocridad democrática lo ha permitido, y desde esa mediocridad se convulsionan ahora muchas entidades sociales ante la posibilidad de unas Cámaras legislativas con sobrerrepresentación, lo cual, dicen, daría al gobierno poder absoluto.
Si el apuro es porque verdaderamente se quiere seguir apostando por un crecimiento genuino en la democracia, estaría bien planteado el problema, algo de lo cual dudo, ya que durante más de setenta años el presidente fue el dueño absoluto del Poder Legislativo con o sin sobrerrepresentación, y nadie se inmutó. Luego, la aspereza del momento no es por amor a la democracia sino por antipatía al partido gobernante.
La alternancia trajo consigo una nueva situación que semeja un callejón sin salida: si las Cámaras son mayoría en contra del gobierno, lo bloquean; si las tiene a favor, lo entronizan. Y eso sucede precisamente por nuestra mediocridad democrática, desde la cual la oposición piensa que su deber es estar siempre en contra, o si es del mismo partido, siempre a favor, se trate del asunto que sea. Lo importante es sentirse importante.
Ser oposición no es de por sí un término adecuado, pero en México no habría mejor manera de describir lo que hacen los políticos en un Congreso. Lo indicado es que fueran una alternativa inteligente que expone y sopesa razones de Estado, no intereses de partido. Por el contrario, constituirse desde el principio en “oposición” ya es una pésima forma de hacer democracia, sobre todo cuando tal postura no es otra cosa que un modo de hacer regateo y aun chantaje partidista, de lo cual la sociedad rara vez obtiene un beneficio.
Por otra parte, las señales enviadas por la dirigencia priista en favor de una alianza con Morena hasta vuelven inútil todo debate acerca de la sobrerrepresentación, pues, aunque no es lo mismo una y otra cosa, el asunto acaba siendo de matices.
Esta mediocridad política puede deberse a falta de maduración social, a ignorancia cívica, o en último caso a una incapacidad cultural para asumir la democracia, lo cual explicaría la continua tensión mexicana hacia los regímenes dictatoriales, sea la dictadura de un partido que la de un líder. Si no, ¿cómo explicar que cuanto nuevo partido llega al poder no busca otra cosa que perpetuarse? Si en una época se hizo indispensable prohibir la reelección, ¿por qué no prohibir ahora que cualquier partido se prolongue en el poder por más de dos periodos? Descansarían ellos y sobre todo nosotros.
En este mismo orden de ideas, resulta contradictorio que el actual presidente se haya dedicado la mitad del tiempo a criticar a los de “antes” y la otra mitad a tratar de imitarlos a como dé lugar.
Aun concediendo que la 4T es lo mejor que le ha pasado a México en el presente siglo en diversos campos, el hecho de querer perpetuarse la sumerge de nuevo en el pantano de nuestra mediocridad democrática, y la confirmaría como una reafirmación de nuestras tendencias absolutistas endémicas.