Matilda
En 1996, cuando yo tenía diez años, se estrenó bajo la dirección de Danny de Vito (quien también actuó en el filme) la película de Matilda. Esta niña y yo crecimos juntas y aunque mi entorno era sustancialmente distinto al de ella, encontré varias similitudes que me permitieron a mí y a una generación entera sentirnos identificados (niños y niñas) en un mundo mágico donde la heroína no fue una princesa o un príncipe que venía a salvarla, sino una niña de verdad con problemas de verdad.
Pasaron veintiséis años para que esa niña dulce, valiente, quien fuera eterna buscadora de fantasías, volviera a la pantalla grande y debo confesar, querido lector que tuve mis serias dudas de verla porque como he dicho en estas líneas, no me gustan los musicales y esta versión está hecha en tal género. Para no ir más lejos, no pude resistirme a la nostalgia y al entusiasmo de mi propia hija al querer verla y allá fuimos.
Me pareció bellísima, es una impresionante producción e impecable el trabajo que hacen todos, to-dos los niños durante la película completa. La calidad coreográfica es realmente el primer nivel al que todos los que trabajamos con niños quisiéramos llevarlos no sólo por el aspecto técnico (cada quien su línea disciplinaria) sino por el entusiasmo y pasión puestos en el trabajo.
Y ahí es para mí donde el corazón de la película se desarrolla mostrándonos en ambas versiones a esta valiente niña de 10 años quien se enfrenta a la máxima autoridad escolar que tiene mal entendido el término de disciplina “instruyendo” a los niños desde el temor generando ansiedad en lugar de como lo hace la maestra “Miel” enseñando desde el respeto y cariño.
“Tronchatoro”, la directora de la escuela, no entiende que la disciplina no tiene nada que ver con el miedo, con la crueldad que este genera y no puede creer que la maestra “Miel” de verdad enseñe algo a sus alumnos desde la ternura. Cree que a los niños hay que adiestrarlos o hasta someterlos a lo que es “mejor” porque así lo considera desde su frustración claramente.
Es por personajes o gente como ella que el término de disciplina ha perdido tanto valor en el mundo moderno. Los niños (y los adultos) necesitamos de rutinas, límites y disciplina, tanto como de juego, laxitud y descanso. Todo va junto, todo debería ser instruido con dignidad y respeto a la humanidad del alumno o del hijo que tenemos en casa.
La historia de Matilda y esta hermosa producción nos recuerda que bajo los más altos estándares de la disciplina y el rigor, es que las puertas del cielo de la libertad se abren de par en par dejándonos ser para poder decir lo que tanto necesitamos decir.
La disciplina ha de ser instruida con dignidad o será sufrida y por ende no será posible considerarla disciplina. Tengámoslo claro, por el bien nuestro y de nuestros hijos y alumnos.
Gracias Matilda por recordárnoslo.
argeliagf@informador.com.mx • @argelinapanyvina