Lo que nadie te dice del COVID-19
Pareciera que hemos “normalizado” contagiarse de COVID-19, y también las secuelas físicas y psicológicas, de las que poco se habla. No soy médica ni mi especialidad es la salud. Lo que hoy les comparto son experiencias propias y ajenas, quizás a manera de catarsis y como punto de encuentro para quienes hemos conocido de cerca la enfermedad. No escribo desde la base científica.
Este es un artículo subjetivo, con historias y testimonios muy particulares, que tampoco son la generalidad de los casos, donde cada cuerpo reacciona diferente ante este coronavirus. Hay para quienes la enfermedad pasa totalmente desapercibida, sin síntomas, y que siguen su vida normal; para otras personas ha sido una gripe, quizás con algo de fiebre o malestar. Para otros más son días de pesadilla, de la que 283 mil hombres y mujeres en México ya no despertaron. El maldito COVID-19 los mató.
Contagiarse de COVID-19 es un volado: cara o cruz, lo que tu cuerpo resista, la forma en que responda y se defienda, pero también la manera o agresividad con que el virus te ataque. Y no hay nada que puedas hacer o controlar más allá de los medicamentos que te den especialistas para tratar de mitigar el dolor o los daños.
En los últimos días, a raíz de que me contagié, varias amigas y amigos me confiaron cómo fue sobrevivir a una enfermedad que no le desearías a nadie (¡gracias por permitirme compartirlo!). Coinciden en que llega un momento en que el virus trastoca tu mente, tus pensamientos y estado de ánimo. “Me desconozco”. “No era yo”. Poco se habla de ello, por pena o porque es algo tan íntimo que se prefiere callar.
“Estuve 7 días con oxígeno, me daban unas crisis tremendas”, me contó “P”, a quien la pulmonía le complicó todo, “eso no se habla, pero así yo literal quería arrancarme el cuero cabelludo y correr arrancándome el corazón y los pulmones”.
“No sé cómo aguanté porque se siente HORRIBLE y es muy desesperante. Toooodo duele, y aparte tienes como muchos pensamientos feos, yo la neta quería morirme mejor. Eso me asustó mucho, los pensamientos de querer morir. No se puede explicar, sólo quieres que todo termine ahí”. Hoy él puede contarlo y me confía que también ha necesitado apoyo psiquiátrico.
Para “B”, con una enfermedad autoinmune y una muy larga lista de cirugías y complicaciones de salud, me dijo que ella creía que ya había aprendido a tolerar el dolor y no tener miedo de lo que pudiera pasar en un futuro… hasta que se contagió de COVID-19.
“El coronavirus arrasó conmigo de tal manera que acabó con toda mi voluntad y fuerza, yo nunca había sentido lo que sentí… Era como si yo no fuera yo, sentía que el bicho me recorría el cuerpo y me mataba poco a poco”, me contó.
“Pasé una semana en el hospital y necesité tres meses para volver a sentirme yo otra vez, con secuelas en corazón y pulmón, pero agradecida de poder contar mi experiencia porque al final libré la batalla”.
“M” conoció los ataques de ansiedad cuando se contagió y desde entonces, además, sufre de insomnio y otras secuelas. “Te digo sin exagerar y sin dramas, yo tuve cáncer y, sabes, peor estuvo el COVID-19. Me llevó un mes recuperarme. A mí me dio con todos los síntomas y secuelas todavía traigo. Los ataques de ansiedad me han ido disminuyendo, pero eran muy recurrentes. En los días de COVID-19 me daban como 5 ataques de ansiedad diarios”.
Más allá de los daños a órganos, hay quienes hablan de depresión, de problemas de memoria y concentración, de la perdida del olfato, el gusto y hasta del cabello... Las secuelas que deja la enfermedad es algo que especialistas siguen investigando y tratando, no sólo en lo físico sino en la cancha de la salud mental.
“Normalizar” la enfermedad y sus secuelas es normalizar por lo que están pasando o han pasado millones de personas, internadas o solas en casa, sin redes de apoyo o sin siquiera alguna medicina para el dolor. Empatía es lo que necesitamos, estar pendientes de quien enferma y de su familia.
Para mí han sido los peores días que he vivido, con secuelas que sigo tratando y otras con las que tendré que aprender a vivir. Sé que podría haber sido peor. Aquí sigo y es lo importante... porque después de días oscuros, por fin, ¡pude abrazar a mi hijo y mi esposo!