Lo de moda, lo de actualidad
Las modas dicen mucho de quienes se valen de ellas, pero sobre todo dicen de la sociedad en la que cada una es posible. Pero el caso a exponer hoy no trata de vestimentas, largo del pelo o hábitos de consumo y diversión, sino modas en el discurso político que favorece el mimetismo superficial por sobre el contenido. Cuánto duró en el imaginario de ciertos sectores la noción “proyecto” como algo chic (quizá aún lo sea), por ejemplo, decir: no puedo acompañarte, fíjate que estoy en un proyecto… si el interlocutor era de confianza podía preguntar ¿sobre qué?, aunque era irrelevante, la impresión buscada se causaba con la mera mención del conjuro: soy parte de un proyecto, y de esto pasó a que los gobernantes nos inundaran con proyectos, es decir: con la idea de ejecutar algo, no con su hechura concreta.
La moda de lo ciudadano también causó furor (no tanto, pero conviene usar el argot de las modas); en el principio, correrse a lo ciudadano tenía sustancia, era necesario como contrapunto a lo político que tan mala prensa había acumulado, y por ser una moda deslustramos el concepto ante el florecimiento espontáneo e insustancial de consejos ciudadanos, candidatos ciudadanos, presupuestos ciudadanos, políticos ciudadanos, participación ciudadana y hasta movimientos ciudadanos. Durante el echeverrismo una de las modas era crear comisiones tripartitas, ahora les llamamos mesas, ¿algo falla, según la opinión pública? Instalemos una mesa, cómo no.
De la aparición de la transparencia como estadio superior de la democracia pasamos a la valoración de los datos. Se supone que mostrar datos es hacer que confluyan la transparencia, la rendición de cuentas y la honestidad: mostradme un dato y moveré conciencias. Tan en boga está el datismo que al actual régimen de la República lo llevó a empeñarse en inocular en el imaginario una hoja de Excel paralela con sus otros datos.
No le basta refutar los de uso compartido, debe mostrar otros con la pretensión de que sean los buenos, inapeables. Esto implica una representación alterna de la realidad, soportada por datos que a su vez dependen de la repetición machacona de cada mañana, con lo que ocurre un portento: los datos sesgadamente elegidos forman el sustrato de una moral también irrebatible: los datos del presidente son los válidos porque él los exhibe y quien los refute, es decir, quien construya una realidad ceñida a datos ajenos, es perverso, y así cierra el círculo: sus datos, él, establecen moralmente esa perversidad.
El régimen apodado cuarta transformación, en calidad de boticario, elabora un alucinógeno con sus datos como excipiente del ingrediente activo que son sus intereses de grupo envueltos en su idea política y su ética particular; trató de suministrarlo en la presentación que sobre el fenómeno de la desaparición de personas hicieron el jefe de gobierno de Ciudad de México, Martí Batres, la secretaria de Gobernación, Luis María Alcalde y Andrés Manuel López Obrador, titular de los datos cuyo origen podríamos rastrear -pero no lo haremos- parafraseando dos versos de Suave patria, de Ramón López Velarde: El Niño Dios te escrituró la República / y los veneros de los otros datos el diablo.
La responsable de la gobernabilidad, Alcalde, informó que en el país hay 110,964 registros de personas desaparecidas y no localizadas. Esto motivó al gobierno federal a emprender, hace unos meses, una cruzada para dar con ellas; con los datos disponibles una legión de burócratas hizo 111 mil 641 visitas y un poco más de 86 mil llamadas. De ese esfuerzo resultó que dieran con 16,681 personas, lo que quedó debidamente documentado (según ella); ubicaron, es decir, tienen “indicios importantes” de que por ahí andan 17 mil 843. Estas dos categorías representan 31% de los casi 111 mil. Nos dijo, sin empacho y sin pesar, que revisaron 26,090 registros, con otra versión de sus datos: los insuficientes, que no sirven para identificar (lo que ella entienda por identificar). Después, a los datos insuficientes añadió los que no aportan indicios para la búsqueda, por ejemplo, las celdas para el número telefónico quedaron vacías (hay desaparecidos así de desconsiderados). Estas otras dos categorías representan 56% del total, al que debemos sumar 12 mil 377 personas, que sí, confirmó ella, están desaparecidas: 11%. La terrible insinuación que desliza el Gobierno de México es que 56% serán encontrados a como dé lugar; y para que la sospecha no se imponga, concedió a los críticos de su metodología que sí hay desparecidos, sólo que a cambio parece sugerir que aceptemos que no son tantos.
¿En qué momento dejarán de tomar el pelo cada que les convenga? No lo harán. El sistema les ha funcionado, tergiversan y la popularidad del Presidente no merma. El meollo está, proponemos, en no confundirnos: lo que importa es el fenómeno entero de la desaparición forzada, es decir: el imperio impune de los criminales, el más deleznable imperio del dolor de decenas de miles de familias y el del miedo ante la ausencia de justicia. Al final de cuentas, nunca mejor dicho, con sus datos podemos establecer: a) las Fiscalías no investigan, no citó que de las carpetas de investigación se desprenda información útil; b) basta que ella unza a quien quiera para que funja como agente del ministerio público; y lo central, sin conceder mérito a sus cifras: c) de 110,964 personas desaparecidas y no localizadas, 67% permanecen en esa condición, no sólo el 11% que quiso dar por bueno. Con un detalle para que no olvidemos que estamos ante crímenes de lesa humanidad e impunes: a las 13:28 hrs., unas horas después de que Alcalde ejecutó su show estadístico/mágico, la Versión Pública del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (https://versionpublicarnpdno.segob.gob.mx/Dashboard/Index) establecía que ya no eran 110 mil, sino 113, 318.
¿Algún día podremos imponer la moda de atender a las víctimas, la de hacernos cargo de su pena incesante y del estado de derecho que se diluye?
(Por lo pronto: nos encontramos otra vez el 7 de enero. Feliz Navidad).
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