La tensa calma de la transición 4T
Ni en la primera alternancia política hace 24 años, cuando Ernesto Zedillo le entregó el poder al panista Vicente Fox, se vivió la tensa calma que se percibe a cuatro días de que Andrés Manuel López Obrador ceda la banda presidencial a su discípula política, Claudia Sheinbaum.
Pese a sus diferencias, el relevo de los correligionarios Fox y Felipe Calderón también se dio sin contratiempos, y este último le entregó sin mayores sobresaltos a Enrique Peña Nieto en el regreso del PRI a Los Pinos.
Ni qué decir de la entrega anticipada del poder que le obsequió Peña a AMLO, a cambio de un claro pacto de impunidad, que quedó al descubierto en el carácter intocable que siempre tuvo el expresidente priista ante las ráfagas que durante seis años salieron del púlpito mañanero y que no dejaron “adversario” con cabeza.
Peña Nieto desapareció de la escena pública al día siguiente de la elección en la que arrasó en junio de 2018 López Obrador, y le dejó toda la cancha. Así, en su calidad de Presidente electo, empezó a tomar decisiones públicas casi seis meses antes de asumir formalmente la Presidencia de la República.
Sheinbaum no tuvo esa generosidad de su mentor político. Lejos de ir bajando gradualmente el protagonismo en sus mañaneras, lo intensificó para dejar claro que el apabullante triunfo electoral de su pupila era la aprobación popular a su gobierno y al partido político que él fundó, y que en una década lo convirtió en un partido de Estado, casi como en los tiempos del priato en el que él se formó.
Por más que la Presidenta electa se esforzó desde el día siguiente de la elección del 2 de junio en desplegar su propia agenda y escapar a la homilía presidencial diaria desde Palacio Nacional, López Obrador le terminó imponiendo su gira de despedida, a la que debía acompañarlo para comprobar de cerca el fervor popular del que goza por haber recorrido como nadie, durante 12 años de campaña, las más apartadas comunidades de México.
López Obrador nunca permitió que Sheinbaum hiciera uso del bastón de mando que simbólicamente le entregó cuando ganó la carrera de lo que él mismo nombró como sus “corcholatas” en la contienda interna morenista. Echando mano de las estrategias más rancias y desaseadas para completar en el Senado la aplanadora morenista, urgió a echar a andar su “Plan C”, con la reforma al Poder Judicial y la militarización de la Guardia Nacional, que le dejarán a su sucesora un país en plena turbulencia.
Por si eso fuera poco, usó toda su influencia para la conformación del nuevo gabinete y, como se esperaba, renovó los mandos de Morena, donde apareció su cachorro “Andy”.
Con respecto al exterior, López Obrador dejó más que tensa la relación bilateral con Estados Unidos al corresponsabilizarlo de la violencia en Sinaloa por la guerra de “Los Mayitos” contra “Los Chapitos”.
Sheinbaum compartió públicamente esta semana los argumentos del Presidente para no invitar al Rey de España a su toma de posesión, abriendo así otro frente internacional con ese gobierno europeo, como para mandar la señal de que no hay diferencias con el constructor del primer piso de la cuarta transformación. Pero lo cierto es que las tensiones del relevo 4T se detectan a kilómetros.
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