La primera crisis de la presidenta
Oportunidad y riesgo. En ese orden. Así interpretan plumas afines al obradorismo la pugna Adán Augusto López vs Ricardo Monreal. Dado que no hay a cuál irle, opinan, lo mejor es que se marchen los dos. Que la presidenta los remueva. Que Claudia Sheinbaum se imponga.
El affaire entre esos líderes parlamentarios parece haber despertado la conciencia de la opinión publicada obradorista sobre personajes que ayer fueron tolerados, así fuera por motivos electorales, y hoy son vistos como execrables en aras de preservar a Morena.
Según esas voces, la presidenta tiene la oportunidad de quitarse de encima a oportunistas (el término es mío) que se beneficiaron del acuerdo sucesorio, y disponer de esos espacios para gente claramente afín a ella, o al menos con un equipaje más presentable.
De lo contrario, advierten, el riesgo es que desde el Congreso esos compañeros, entre otros, se adueñen muy pronto de buena parte de las estructuras gubernamentales, parlamentarias y hasta diplomáticas (y alarmantemente: del nuevo Poder Judicial).
La presidenta es urgida a provocar la primera sacudida al amarre que dejó su antecesor. Cosa nada menor, incluso si solo ocurre el destierro de Ricardo Monreal, a quien se le cargan las tintas, opino yo, solo porque no está claro si en verdad Adán Augusto representa a YSQ.
Si quienes señalaran tal oportunidad fueran los de la derecha, o para decirlo sin ideología, columnistas no afines, se diría que hay un nado sincronizado que quiere imponer a la presidenta una agenda o un ritmo para, esencialmente, debilitar a Morena.
Siendo voces que marcadamente ponderan el vaso medio lleno del actuar oficialista, resulta más llamativo este mensaje coral que apremia a Palacio a limpiar Morena de corruptos o, sin más, de aquellos que tienen una ambición personal antes que la de la causa.
Como esos diagnósticos plantean una situación binaria (algo así como “o se actúa oportunamente protegiendo al movimiento, o luego será demasiado tarde”), será harto interesante la lectura que la presidenta haga de los mismos: ¿ella comparte lo inescapable de la disyuntiva?
Y es que no se trata solo del caso Adán-Monreal. La propia presidenta echó a andar la semana pasada una polémica sobre la corrupción en el Infonavit que terminó pegando en casa, dado que Morena abrió de par en par las puertas a Alejandro Murat, exdirector de ese organismo.
El relato que se desprende de una síntesis de esos textos es uno donde la presidenta tiene la fuerza para dar el golpe de timón que lance por la borda a compañeros de viaje que son movidos por intereses inconfesables o que nunca debieron subir a la barca.
Afianzaría así su liderazgo, espantaría las nubes cargadas de dudas sobre maximato, iniciaría, al fin, según otros, su sexenio. Y no sería traición, sino política pura y dura: lo que se aceptó en un momento, ya no es compromiso en otro.
De lo contrario, la palabra presidencial quedaría comprometida: cómo denuncias complicidades entre directivos del Infonavit y autoridades del Edomex al tiempo que cobijas y premias no solo a Murat, sino a Alfredo Del Mazo y a Eruviel Ávila. Y de tocar a EPN, ni hablamos.
La Jornada deploró en la Rayuela del domingo 15 de diciembre que “el mayor problema político hasta ahora se ha generado dentro”. Ese día, sus ocho columnas estaban dedicadas al llamado de Sheinbaum a compañeros del Congreso a tener “cabeza fría”. Y es solo un ejemplo.
Hay, pues, una especie de consenso filomorenista que pide a Claudia aprovechar la crisis, no ser parte de ella. Solo la presidenta sabe cuánto coincide con esa visión que la ve con la fuerza suficiente para un primer gran cambio en la alineación heredada.
Nos leemos el 3 de enero. Gracias por la lectura y felicidades en 2025.