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“La fiesta del color” en su apogeo

En todas las salas del Museo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México podemos ver una muestra de la obra de Jesús “Chucho” Reyes (1880-1977), tapatío de pura cepa que salió de Guadalajara y se vino a vivir y a trabajar a México hasta el día de su muerte a los 97 años de edad.

“Es esencial al arquitecto saber ver –dijo Luis Barragán cuando recibió el Premio Pritzker en 1980–; quiero decir, ver de manera que no se sobreponga el análisis puramente racional. Y con ese motivo rindo aquí un homenaje a un gran amigo que, con su infalible buen gusto estético, fue maestro en ese difícil arte de ver con inocencia. Aludo al pintor Jesús ‘Chucho’ Reyes Ferreira a quien tanto me complace tener ahora la oportunidad de reconocerle públicamente la deuda que contraje con él por sus sabias enseñanzas.”

Mucho está dicho en este homenaje, así como, en el catálogo de la exposición que publicó el INBA y el Museo, de donde he tomado algunos fragmentos para esbozar mis impresiones sobre la obra de este pintor, escultor, hombre de fe, anticuario, coleccionista, experto en colores, amigo y colaborador de Barragán, tal como lo dijo, quien lo asesoró en definir los colores del comedor de su casa (Patrimonio de la Humanidad) con un rosa, rosa, rosa, tal como lo pintó en 1948 cuando la construyó y luego, en 1957, cuando propuso el color de las Torres de Satélite que podemos ver en la foto impecable de Salas Portugal.

“Chucho” Reyes fue un artista que hizo de su casa un auténtico “bazar de asombros” en un especie de caos ordenado entre las antigüedades que vendía, los triques que guardaba, los papeles de China y una que otra escultura.

Un día cualquiera se le ocurrió pintar sobre el papel de China (con el que envolvía las antigüedades que vendía) y, a partir de ese día, dice Carlos Pellicer, “se llevó a cabo un acto de magia”. Esa es la obra con la que ahora podemos admirar su talento, los famosos papeles de China que embarraba de colores en donde, a veces, escribía textos como este: “Se levanta la cortina y da principio la fiesta del color” y, de ahí, el título de la exposición.

Cuando Picasso recibió en París uno de esos papeles con un caballito que le mandó “Chucho” Reyes como regalo y que le gustó al maestro malagueño, lo alabó diciendo que era “un joven con talento”, antes de que le aclararan que ese joven tenía la misma edad que él, a lo que respondió, “entonces, es un viejo muy joven”.

Dicen que “Chucho” Reyes descifró los misterios del color con el papel de China rosa, azul, rojo y amarillo con los que logró la identidad de sus obras, pintando todo un zoológico con sus gallos de pelea, algunas serpientes, leones, caballos y otros seres quiméricos, así como las niñas muertas y las prostitutas más conocidas como “pasa güero”, a las que a algunas les agregaba “que tengo radio”, mujeres que parecían unas inocentes palomas dispuestas a todo.

En una de las salas hay una muestra de sus maestros: Posada, Orozco, Rouault y Chagall que tiene un doble propósito, pues de rebote vemos a la obra de “Chucho” Reyes puede estar a la altura de sus fuentes de inspiración, como Chagall, por ejemplo.  

El ensayo que escribió Carlos Ashida (QPD) “Chucho Reyes. Una flor, todas las flores”, curador y crítico de arte tapatío tan querido, que habla de la “valoración injusta” que tuvo la obra de Reyes, tal vez por su “actitud recatada” o por su “excentricidad” en su vida y en su obra o por el alejamiento que tuvo de las convenciones que imperaban en el medio del arte.

Para terminar, debo confesarles, si de algo sirve, lo mucho que disfruté “La fiesta del color” para que se animen a verla si vienen a México.

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