La escuela del calor
Hace días que el calor nos rebasa a todos. Está en cada una de nuestras conversaciones con propios y ajenos, lo padecemos de la mañana a la noche y nos refugiamos tratando de no dejar lo que tenemos que hacer, donde haya algo de fresco. Vamos por el mundo medio aletargados, medio somnolientos, medio hastiados y hasta malhumorados, añorando las lluvias, las tan violentas lluvias tapatías que pareciera que están a la vuelta de la esquina, pero que nomás no llegan. Y es que esta debería de ser -como dicen los medios- la primavera más caliente y en lugar de eso pienso si no es que esta, es la más fresca de las que están por venir. Me pregunto si lo vivido en los últimos años es la antesala para los siguientes temporales y si (ya) deberíamos alarmarnos de manera urgente ante las muestras claras del inminente calentamiento global.
El calor no se combate haciendo costosas inversiones de equipos de aires acondicionados a instalar en casas y oficinas. Tampoco huyendo de la ciudad al campo buscando un respiro entre pinos o en la brisa del mar. Es verdad que es una pequeña cura de la sintomatología que causa este infernal calor, una pequeña aspirina para el malestar. Pero a decir verdad, hace muchos años que sabemos qué hacer y nomás no lo implementamos. Los grandes cambios en materia de educación medioambiental no vendrán del Gobierno, será que poco espero de ese sector, pero para donde voltee, en casi cualquier país, la verdadera diferencia se hace desde casa. Es increíble que todavía nos chiqueemos y padezcamos al mismo tiempo como padres de familia la hazaña de llevar a los niños a las escuelas cuando el transporte escolar debería estar regularizado y por supuesto, habría de ser obligatorio. No es posible que los niños en las escuelas aprendan a separar la basura, aprendan de ciencia y combustibles fósiles y seamos nosotros quienes nos rehusemos a llevar a los nenes en autos que enfriamos con petróleo todos los días por horas.
La separación de la basura es otro tema que parece que no cunde porque -lo he oído mil veces- el camión de todos modos la revuelve cuando se la lleva, la falta de cultura de compostear en casa, la no fumigación porque altera el orden natural de las especies y erosiona la tierra y la envenena. Yo por lo pronto, me rehuso a comprar una secadora para la ropa, con el sol que tenemos en este país, no parece ser necesaria. Reutilizar, reparar y reciclar, evadir la compra de agua embotellada… en fin. Basta con un par de clics para dar con algunas prontas soluciones de raíz para realmente empezar a aprender de esta escuela del calor algunas cuantas lecciones importantes. Qué tan buenos aprendices vayamos a ser, lo dirá el tiempo. A ver…