Ideas

La cruzada de López Obrador

No tiene duda alguna Andrés Manuel López Obrador en dónde radica el problema toral de México. Es la corrupción. En el plan de gobierno que presentó el lunes, todo gira en torno a ese fenómeno. Por la corrupción no se avanza, ni existe desarrollo o crecimiento, pero genera desigualdad e injusticia. Por tanto, se lee con claridad en decenas de las 415 páginas que integran el documento, hay que destruir al sistema que lo ha construido y que lo tiene, tomando las imágenes del discurso de López Obrador, secuestrado por un grupo de personas. Sólo así, es el mensaje, acabando con el dominio de esas minorías, vendrá el renacimiento de la sociedad. No se trata de venganzas políticas, sino de justicia social, es la premisa que recorre todo el proyecto de nación.

El documento que presentó López Obrador al Congreso Nacional de Morena abraza la retórica, como cuando habla de la corrupción como “uno de los mayores flagelos” de la sociedad mexicana, o se introduce en el terreno de los lugares comunes, como cuando menciona “el robo directo de las arcas públicas o en los sobornos para favorecer a determinados agentes económicos” en la obra pública y en las licitaciones. Sin embargo, pese a todo lo cosmético que parezcan estos planteamientos, ¿alguien puede refutarlos objetivamente? Al contrario. López Obrador, que comenzó arando en ese desierto cuando apenas unos cuantos mexicanos estaban interesados en enfrentar la corrupción, está ahora en un océano cada vez más poblado de anticuerpos contra ese fenómeno. 

López Obrador ha sido congruente y consistente en su denuncia de corrupción de actores políticos y agentes económicos a lo largo de su vida pública, y su biografía es reflejada en el plan de gobierno con la afirmación que durante los últimos cinco años, los casos que se han hecho públicos, han crecido de manera preocupante. “La sociedad ve con enojo y frustración cómo gobernadores y funcionarios públicos de los partidos políticos tradicionales han hecho de la corrupción una práctica normal, mediante el robo directo de miles de millones de pesos, en donde la mayoría de los casos goza de impunidad y protección gubernamental”, indica el documento. Una vez más, la subjetividad de una percepción que se ha ido construyendo como una verdad.

De acuerdo con Transparencia Internacional, citada en el mismo plan de gobierno, el 61% de los mexicanos piensa que la corrupción ha aumentado y el 51% admite haber pagado sobornos para poder hacer menos complicada su vida cotidiana, que es el porcentaje más alto en todo América Latina, y muestra una sociedad plagada por la putrefacción de ese mal. México está ubicado en el lugar 123 de 176 países analizados, junto con naciones africanas controladas por líderes tribales o jefes de organizaciones guerreras, y a la par que los déspotas del Medio Oriente y Asia. 

El plan de gobierno recuerda la postura de López Obrador sobre la declaración reiterada del presidente Enrique Peña Nieto de que la corrupción es cultural en México. “La corrupción no es un asunto cultural ante el cual debamos resignarnos, ni una forma de ser de los mexicanos en general, sino una desviación de los gobernantes que puede y debe ser erradicada”, dice. “Por ello resulta fundamental respetar la ley. Si hay voluntad para aplicarla, se puede atacar la impunidad desde su raíz”. El documento no se equivoca. El Instituto Mexicano para la Competitividad, que también es citado, identifica la crisis de representación de los gobernantes frente a los gobernados: 91% no confía en los partidos políticos, 83% no confía en los legisladores, y 80% no confía en las instituciones del sistema judicial. El rechazo es generalizado. En la última encuesta de aprobación presidencial elaborada por la empresa Buendía & Laredo para El Universal, la aprobación de Peña Nieto mostró su cuarta alza del año, y se colocó en 31%, como resultado del activismo y protagonismo del presidente durante los sismos de septiembre. Sin embargo, la desaprobación -6.4 de cada 10 mexicanos-, sigue siendo la más alta que ha tenido un presidente mexicano en su quinto año de gobierno.

Los datos le dan la razón a López Obrador. El énfasis que colocó en el plan de gobierno atiende perfectamente las frustraciones y molestias de la mayoría de los mexicanos. A cuántos de ellos que no forman parte del núcleo duro de electores que tiene –alrededor de una tercera parte del electorado- va a convencer con este planteamiento, aún no se sabe. Sin embargo, la corrupción es el tema que más enciende a los mexicanos. En las cinco variables que presenta el Barómetro de la Corrupción de Transparencia Internacional sobre qué opinan los mexicanos sobre el fenómeno, rechazan las cuatro que tienen que ver con lo que se ha hecho para combatirla, y expresan su disgusto con los niveles de corrupción. El 74% señala que son las personas, no los políticos, quienes pueden cambiar las cosas.

La lectura de López Obrador es certera en términos electorales. “El estancamiento, el deterioro, la desigualdad y la corrupción no son los únicos destinos posibles de México”, indica el documento. “Cambiar esta circunstancia nacional siempre ha estado en nuestras manos”. La cruzada que tiene el candidato extraoficial a la Presidencia de la República marcha por una buena dirección para ir ganando adeptos en su tercera búsqueda por el poder. La corrupción se ha vuelto vomitiva y es el único, hasta ahora, que ha dicho de frente que la combatirá. ¿Alguien quiere construir una candidatura competitiva? Este tema es el principio del camino.
 

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