¿Es posible gobernar sin priistas?
Vicente Fox y Felipe Calderón intentaron prescindir de los priistas a la hora de integrar su gabinete. No lo consiguieron: el equipo financiero siguió siendo esencialmente el mismo que dejaron Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Andrés Manuel López Obrador ni siquiera lo intentó. En otros textos he señalado la manera en que terminó prescindiendo de cuadros de la izquierda para apoyarse en mayor medida en ex militantes del partido tricolor, al que él mismo había pertenecido en su juventud.
Tal reclutamiento de priistas reconvertidos, algunos apenas “el día anterior”, es hasta cierto punto explicable. El movimiento obradorista carecía del suficiente número de hombres y mujeres para hacerse cargo de la administración pública. Colocó a sus cuadros más leales, aquellos que venían acompañándole durante años, en algunas posiciones clave: oficinas responsables de los programas sociales y obras insignes de su sexenio. Pero los requerimientos excedían con mucho el escaso repertorio con el que contaba el presidente. Recordemos que López Obrador venía de doce años de desierto político, al margen de estructuras formales y de presupuestos. Sus equipos eran esencialmente operadores de campaña, la mayor parte de ellos ajenos al ejercicio de la administración pública.
Algunos de los cuadros que se habían formado en el Gobierno de la ciudad se hicieron marcelistas durante el sexenio de Ebrard (2006-2012) o se desvalagaron y perdieron en el de Miguel Mancera (2012-2018). Algunos de los sobrevivientes fueron incorporados a la administración de Claudia Sheinbaum, unos pocos quedaron con el nuevo presidente. Tampoco es que el resto de la izquierda tuviera muchos, aun si el tabasqueño no hubiera desconfiado de ellos. Morena resultó de una escisión que tenía como propósito depurar al movimiento de una parte de las viejas tribus: algunas se quedaron en el PRD, otras acompañaron a López Obrador, pero fueron destinadas a puestos secundarios. Una excepción fue Irma Eréndira Sandoval, que apenas duró dos años en el gabinete. Posteriormente sería incorporado Pablo Gómez, una vez comprobada su lealtad personal al presidente. En todo caso se trata de excepciones que confirman la regla. El Presidente se aseguró de no entregar a los militantes de la izquierda la dirección de Morena y depositó en ex priistas la conducción del Poder Legislativo (Ricardo Monreal y los primos Mier de Puebla).
Pero no sólo se trata de un asunto de número. Incluso si López Obrador hubiera tenido suficientes colaboradores de su lado, la mayor parte de ellos habrían carecido de la experiencia necesaria. El funcionamiento del Estado requiere de un conocimiento operativo y logístico que se ha desarrollado a lo largo de décadas. Cada una de las secretarías opera multitud de acciones, programas y oficinas que tienen una vida propia que no puede ser súbitamente interrumpida o descartada sin causar problemas mayúsculos. Lo vimos con el tema de las medicinas o el combate al huachicol; acciones que a mi juicio eran necesarias, pero en las que la falta de experiencia no previó el impacto inmediato.
El movimiento carecía de cabezas para hacerse cargo del área económica o de la seguridad pública, por ejemplo. No es casual que tres secretarios hayan pasado por Hacienda y otros tantos por Comercio. Y en materia policiaca el asunto se zanjó entre un fiscal del viejo régimen y la incorporación de los militares, al margen de que los dos titulares del ministerio respectivo (Alfonso Durazo y Rosa Icela Rodríguez) no habían tenido realmente experiencia en esa área.
Más allá de los aciertos o desaciertos de las personas incorporadas, quizá no habría sido posible hacerlo de otra manera. Se consiguió estabilidad y eficacia a lo largo de la transición, pero obviamente se pagó un precio. Muchos de los priistas recién convertidos a las nuevas banderas en realidad siguieron operando con las viejas prácticas; para ser honestos, fue una conversión más por interés personal que por convicción ideológica. No solo se trató de un asunto de corrupción sino también de vicios burocráticos, de abusos políticos desde el poder, de madruguetes y artimañas en las Cámaras.
Con frecuencia se ha criticado el paso acelerado de algunos jóvenes de los equipos de trabajo de Palacio Nacional que, con uno o dos años en Servidores de la Nación, son enviados a hacerse cargo de posiciones destacadas de la administración pública. A mí me parece que no hay nada reprobable en ello. Se trata de muchachos que van a suplir a funcionarios que han cometido excesos, a piezas incapaces de entender las premisas del nuevo gobierno, a rémoras del cambio. Quizá han madurado a presión, pero han demostrado congruencia y capacidad. Son los primeros funcionarios de Estado generados propiamente por el Gobierno de la transición. Un activo imprescindible si se desea construir un nuevo orden político y social.
¿Qué pasará en el Gobierno de Claudia Sheinbaum? De entrada, ella cuenta con dos ventajas: primero, que llegaría a la Presidencia tras cinco años de presidir el enorme equipo de trabajo del Gobierno de la Ciudad de México. Algunos darán el ancho y otros no, pero es un equipo probado en altas responsabilidades. Segundo, heredará a cientos de directivos que se formaron en el Gobierno de López Obrador y pasaron ya por la curva de aprendizaje indispensable. No sólo me refiero a algunos ministros jóvenes sino esencialmente a las segundas y terceras parrillas. Tampoco podemos descartar el hecho de que Morena gobierna hoy en 23 Entidades federativas, laboratorios de formación para legisladores y funcionarios.
Otra diferencia sustancial con respecto a López Obrador es que Sheinbaum no sólo nunca estuvo en el PRI sino, como cualquier joven progresista de la capital, creció con un sentido crítico a todo lo que ellos representan.
Así que la respuesta a la pregunta inicial podría ser positiva: se puede gobernar sin necesidad de priistas. El problema son las inercias. Por un lado, es difícil prescindir de la operación política electoral en muchas regiones en las que el movimiento carece de cuadros. No es casual que varios gobernadores de Morena proceden de ese partido; en gran medida los únicos candidatos capaces de ganar elecciones en algunas zonas son los políticos conocidos, es decir priistas o expriistas. Pero una cosa es incorporarlos donde no hay y otra ofrecerles puestos clave en la conducción política y estratégica del Gobierno federal.
Por lo pronto, y a juzgar por los equipos convocados a elaborar el plan de trabajo, Sheinbaum está abrevando de la comunidad profesional, académica y universitaria. Podrían ser buenas noticias. Una mezcla de funcionarios madurados en los gobiernos de la 4T y cuadros frescos de la sociedad en su conjunto. Ojalá.