Irresponsabilidad
Hace un par de semanas tuve necesidad de salir algunas horas de casa. Me sorprendió la cantidad de personas que caminaban por las calles sin ninguna protección. Escuché a algunas de ellas absolutamente despreocupadas por el fenómeno que estamos viviendo y otras, no sólo despreocupadas, sino retadoras. Por curiosidad me acerqué a una de ellas y le pregunté si no le preocupaba lo que está pasando y me contestó “¿usted cree que si esto realmente fuera serio el Presidente andaría para arriba y para abajo?”.
Recordé el viejo proverbio popular: “la palabra convence pero el ejemplo arrastra”.
Aun cuando el texto de la Constitución no lo señala explícitamente dentro de las obligaciones del Presidente, es de sentido común que su responsabilidad es hacer todo lo que en sus facultades está para garantizar el bienestar del pueblo, esencialmente en los temas de seguridad pública, salud, educación y empleo. Para eso, y no para otra cosa, fue electo.
Ahora bien, en un sistema político como el nuestro y con una idiosincrasia como la nuestra, el comportamiento del Presidente tiene connotaciones de ejemplaridad, es decir, se acepta acríticamente que él, por ser quien es, tiene derecho a fijar la conducta y el comportamiento de todos los mexicanos. Es el Gran Tlatoani.
Que no debería ser así y que las instituciones deberían controlar el enorme poder que ha concentrado por encima de los órganos del propio gobierno, convengo.
El problema es que el Presidente está incurriendo en acciones y actitudes sumamente riesgosas para la seguridad pública y la salud física, económica y política de los mexicanos.
Frente a una contingencia de la gravedad que estamos viviendo, con su modo de actuar y por su práctica política es el más activo propagador del coronavirus.
La ausencia de la Secretaria de Gobernación y de los Secretarios de Salud y Hacienda; la confrontación con Gobernadores; la información a destiempo y con múltiples contradicciones y el doble lenguaje, entre muchas acciones, genera un estado de incertidumbre que poco abona a generar la confianza que en estos momentos es fundamental.
Cuando el mundo y sus gobernantes diseñan estrategias y asignan recursos para combatir la pandemia y proteger la planta productiva de la que depende el ingreso de las grandes mayorías, el Presidente introduce en la agenda nacional temas de carácter electoral o de otro interés -las Afores- que no deben ser revisados en este momento, no bajo estas circunstancias.
La conducta del Presidente es de una gravísima irresponsabilidad.
No se podrán acreditar a su incuria y soberbia todos los fallecimientos consecuencia del coronavirus, pero muchos de ellos se pudieran evitar si en cumplimiento de sus obligaciones hubiese actuado con sensatez, prudencia y patriotismo.
El futuro de México está en riesgo.
No nos descuidemos. El espíritu de Antonio López de Santana vive. No caigamos en la trampa.
¿Qué sigue? ¿Manejo discrecional del presupuesto? ¿Diferimiento de las elecciones? ¿Ampliación del mandato? ¿Suspensión de garantías? ¿Auto golpe de Estado?
Como anillo al dedo.