Ideas

Ingrata experiencia

“Ahora está bien fácil y es mucho más rápido, porque todo lo haces por internet”, recitó una compañera de trabajo, utilizando un tono de voz tan engolado y entusiasta, que cualquiera diría que se trataba de un spot publicitario para convencer al más remilgoso de los potenciales clientes. La instrucción le surgió espontánea cuando comenté la inminencia de renovar a la brevedad la visa requerida, para invadir temporalmente la América del Norte, con el propósito de entrar en contacto, en vivo y a todo color, con mi descendencia menuda, antes de que los chilpayates vayan a andar contando en la escuela que su abuela vive en México, pero atrapada en una pequeña pantalla, desde donde les saluda de cuando en vez.

Aprecio en lo que vale la estima en que mi cooperadora colega me tiene, y sobre todo por la destacada ponderación que hace de mis capacidades para la comunicación a través del ciberespacio, porque eso de que todo por internet se vuelve mucho más fácil, me sonó a imprecación, casi burla, sobre mis exiguas habilidades para vérmelas con cachivaches y procesos que exceden a mis brutas entendederas.

Pero ni modo que me fuera yo a rajar antes siquiera de intentarlo; seré medio indolente para los nuevos aprendizajes, pero mientras no me pidan que lo haga por medio de un aparato celular, tampoco soy absolutamente torpe en el manejo de la computadora, a la que vivo atada desde que los monitores eran en blanco y negro. De modo y manera que me aposté frente al monitor, abrí el navegador y tecleé “renovación visa estadounidense”, con tan buena suerte, que en fracción de segundos me apareció un listado de 10 páginas, con 11 referencias cada una, para elegir la que mejor cuadrara con mis requerimientos.

Caray, me dije, qué maravilloso es el primer mundo que no escatima recursos para atender bien hasta a los vecinos incómodos, porque eso de ofrecerme 110 sitios para escoger me pareció una inmejorable oferta que me hizo sentirme profundamente gratificada. Y como supuse que la opción que encabezaba la lista (enunciada como visa-americana.com) sería la más favorecida por los usuarios, ingresé sin la mínima desconfianza, me leí los extenuantes instructivos, llené un cuestionario de 11 páginas, hice el pago solicitado por medio de tarjeta de crédito y hasta ahí llegué con la conciencia de haber invertido provechosamente casi tres horas de mi tiempo.

Y fueron efectivamente tan eficientes, que en 20 minutos recibí la confirmación de mi correo y la notificación del banco para avisarme que habían recibido tres solicitudes de pago por la misma cantidad (mil 200 y pelos de pesos), por lo que sólo cubrieron la primera y bloquearon el plástico por protección. En los cuatro días subsiguientes, con siete comunicados más en mi bandeja de entrada, todos ellos muy interesados en que les respondiera cómo iba con mi trámite de visado, sospeché que algo no andaba del todo bien, así que me desplacé hasta el consulado para resolver mis dudas y enterarme que ninguno de los ciberdomicilios que aparecen en internet es el correcto, que el cuestionario que llené es apócrifo, que la visa tiene un costo mayor, que fui vilmente sorprendida en mi ignorancia y que me volaron más de mil pesos que sabrá Dios a dónde irían a parar.

Solo espero que el sitio que me proporcionó el gentil funcionario autorizado sea el conducente para conseguir que mis nietos no sigan pensando que su abuela, además de electrónica y distante, es una redomada bestia a la que le vieron el guarache.

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