Hasta el fin, con amor
César comenzó con un fuerte dolor en la espalda, en el área de las lumbares; pensó que era por el ejercicio, todos los días iba al gimnasio y quizás se había lastimado levantando pesas. Tomó algo para el dolor y un desinflamatorio. Con eso sería suficiente, pensó.
Un par de días después comenzó a hacer del baño sangre; ahí fue cuando se encendieron las alertas de que se trataba de algo más. Se hizo varios estudios y en pocos días le dieron el diagnóstico: tenía cáncer. Qué palabra tan dura: cáncer. A sus 30 años. Es enfermero y estuvo en el área de oncología, así que tenía idea de lo que podía seguir.
Las siguientes semanas se llenaron de trámites y citas con médicos, algunos de ellos especialistas sin el más mínimo gesto de empatía y más bien de trato casi inhumano, como si estuvieran hablando de una gripe. Desgraciados. Prácticamente lo desahuciaron.
Ya han pasado tres años. Junto a las interminables y dolorosas sesiones de quimioterapia, César trató con medicina alternativa y cuanta ayuda le ofrecieron, desde herbolaria, homeopatía, flores de Bach y hasta imanes. Probó de todo, pero el cáncer siguió creciendo, igual que sus inmensas ganas de vivir. Se casó y hoy tiene un hermoso bebé de cinco meses.
Su esposa, también enfermera, todos los días le suministra morfina. Su dolor no se puede medir. Acaban de aumentarle la dosis de medicamento porque mantenerse de pie cada vez se vuelve más insoportable. Él trata de aguantar, de que su cuerpo resista. Su fortaleza ha sido admirable.
Hace unos días le pidió a su esposa que fuera con la tanatóloga, también están yendo la hermana de César y su suegra; son las tres mujeres más cercanas a él, quienes lo han venido cuidando. ¿Los demás qué podemos hacer? Ser prudentes, acompañar con amor y paciencia, con respeto por lo que están viviendo, validando lo que sienten sin minimizarlo ni mucho menos decirle que le eche ganas, ¡por Dios! ¡Tiene tres años echándole ganas!
Me encontré este verso llamado “Acompáñame”, de Fernanda Olguín… y me acordé de César, como si él lo hubiera escrito.
“No me des grandes sermones, solo tiéndeme tu mano.
No necesito que seques mis lagrimas, déjame llorar hasta el cansancio.
No digas que todo estará bien, eso nadie puede saber.
Déjame mojarte el hombro con mis lágrimas, préstame tu oído y escúchame.
No me quites el dolor pues no se puede, acompáñame a vivirlo.
Y recuérdame si es que me olvido mientras recorro este camino, que en cada paso que demos debo volver a respirar”.
Ojalá todos los que somos testigos de situaciones similares sepamos estar, estar a su lado en este proceso, sin ser imprudentes: con amor. Quisiéramos descargarle dolor. Distribuirlo entre quienes lo queremos. Porque se necesita sacar fuerzas hasta de donde ya no las hay.