Guadalajara y la cultura
Hay diversos conceptos de cultura hoy día, aquí me refiero a su sentido clásico, un espacio que incluye tanto la expresión de una inteligencia cultivada como las diversas manifestaciones de las artes, sus autores, sus exponentes, sus promotores y divulgadores, sus logros y sus alcances, así como las estructuras públicas o privadas asociadas a ella.
En el tímpano del Teatro Degollado aparece en relieve Apolo y las nueve musas, junto con la famosa frase: “Que nunca llegue el rumor de la discordia”, porque ya en los tiempos griegos tendían los “cultos” a pelearse entre sí, y lo han seguido haciendo, recordemos aquel famoso debate entre la pintura y la poesía, protagonizado nada menos que por Leonardo Da Vinci. Los ambientes “culturales” mexicanos no han sido ajenos a esta realidad, y la discordia ha llegado a sus exponentes eventualmente, algo acaso inevitable.
Al margen de esta lucha, en Jalisco, y obvio, en Guadalajara, nuestros alcances en materia de cultura y aporte al desarrollo del pensamiento y de las ciencias siguen siendo limitados y paradójicos: nunca hemos producido un solo premio Nobel. Tenemos una de las ferias del libro más importantes del mundo, pero nuestro índice de lectores es bajísimo. Poseemos sociedades, academias y seminarios, pero no todos sus integrantes son confiables, pues no están ahí con base a méritos objetivamente evaluados, algunos llegaron a esos prestigiosos espacios gracias a que eran amigos de un amigo, de otro amigo que igualmente había ingresado por recursos similares. Hay personas que se sienten fascinadas de pertenecer a dichos círculos pues les aporta honor y distinción, y si no pueden entrar por la puerta, pues para eso están las ventanas.
Con cada vez más frecuencia, quienes buscan este tipo de reconocimiento social sin tener currículum para obtenerlo, encuentran en la política un medio de alcanzarlo a costa de la calidad de la cultura y de los mismos grupos a los que de algún modo ingresan. Inevitablemente, las medianías intelectuales prosperan cuando actúan ante un sector social que llama intelectual a cualquier persona que sepa leer de corrido y escribir en letra de molde. Ya posicionados y con base a sus habilidades politiqueras, se reproducen a sí mismos llamando a otros de igual o menor condición, bloqueando y ahuyentando a las personas valiosas ante el riesgo de las comparaciones y de las enormes sombras que les harían; por estas y seguramente otras razones, nuestros niveles académicos y culturales han venido a menos, dedicándonos en consecuencia a exaltar personalidades y obras del pasado que no hemos podido generar en el presente, no es asunto menor.
Plagiar autores, comprar grados académicos, pedir nombramientos a trasmano, recibir reconocimientos inmerecidos, exhibir títulos apócrifos o ilegales, se ha vuelto tan común que cuando un mexicano migra a un país desarrollado llevando sus títulos, hay que ver el trabajo que le cuesta el que se los admitan, porque no somos confiables, porque en esos países si te dices doctor, hay que demostrarlo, no sólo presumirlo.
A las autoridades académicas y culturales corresponde el deber de vigilar e impedir que estas cosas sucedan, la responsabilidad de hacernos confiables, de exigir que las normas establecidas se cumplan, que se respeten los estatutos, que se sigan los protocolos, y desde luego, les corresponde el deber de verificar el respaldo genuino que avale grados, títulos, cargos, premios y reconocimientos, no se trata de clasismo o discriminación, sino de recuperar la honestidad para que podamos volver a ser confiables dentro y fuera del país.