Guadalajara y la barranca
Guadalajara existe gracias a la barranca. Los fundadores itinerantes, quizá sea más correcto decir en fuga después de tres intentos fallidos de establecerse, encontraron en la barranca del Río Grande de Santiago la protección frente a las incursiones indígenas que, por razones obvias, no querían en su territorio un puñado de familias españolas que vinieron con la encomienda de fundar una nueva ciudad. Gracias a la barranca los fundadores de Guadalajara encontraron la paz que buscaban y se asentaron en el Valle de Atemajac.
Sin embargo, la relación de Guadalajara con la barranca ha sido contradictoria, por no decir displicente. El peor pecado de esta ciudad, decía el arquitecto y urbanista Daniel Vázquez, ha sido darle la espalda a la barraca. Las colonias ricas crecieron para el lado contrario y quienes habitaron la impresionante ceja de la falla geológica fueron las colonias irregulares. Usamos el río como cloaca y el tajo de más de 500 metros de profundidad para esconder nuestras vergüenzas o incluso tirar los cadáveres, según cuentan las leyendas de los años de la guerra sucia.
Pero la barranca es mucho más que una barrera física para proteger a la ciudad, es parte fundamental para el equilibrio ecológico del valle, ese que hemos destrozado a lo largo de los años y que sin embargo nos sigue brindando servicios ambientales. La diferencia de altura entre la punta del bosque de la primavera y el fondo de la barranca es de poco más de mil metros y a ello le debemos en gran medida el buen clima de la ciudad.
Recuperar el Río Santiago, hoy por hoy uno de los más contaminados del país, e integrar la barranca al espacio urbano es una de las tareas pendientes de Guadalajara antes de llegar a sus 500 años
Recuperar el Río Santiago, hoy por hoy uno de los más contaminados del país, e integrar la barranca al espacio urbano es una de las tareas pendientes de Guadalajara antes de llegar a sus 500 años. Si bien existen ya algunos proyectos que han acercado la barranca a la ciudad, como el zoológico, la rehabilitación de parques y el proyecto de un gran jardín botánico, lo que realmente puede reencontrar a la ciudad con su barranca es primero dejar de contaminarla (para ello se requiere el colector de aguas negras desde Tonalá hasta la planta de tratamiento) y el gran malecón desde Huentitán hasta el Salto que ha planteado el arquitecto Francisco Pérez Arellano, que, por lo demás, dará servicio y vida a muchas de las colonias más pauperizadas y violentas de la ciudad.
Cada nuevo Gobierno es una nueva oportunidad para voltear a la barranca, no solo para protegerla ecológicamente sino para integrarla a Guadalajara.
(diego.petersen@informador.com.mx)