Equivocarse en público
Existió un momento en el que muchas personas ingenuamente pensamos que la llegada de estos nuevos canales traería consigo una especie de democratización mediática: ahora miles de usuarias y usuarios tendríamos el poder de la denuncia en las manos. Con estas nuevas posibilidades tecnológicas, rápidamente se fue creando un clima muy peculiar en el ambiente del Internet: creíamos que señalar lo que estaba mal era lo más apropiado. Así pues, en algún momento y sin darnos cuenta pasamos de una bienintencionada “denuncia ciudadana” a una vivir una película inquisitorial.
El concepto “linchamiento digital” es algo común en el mundo virtual. Sin embargo, leyendo al respecto, me encontré un artículo de la antropóloga Elisa Godínez en el que señala una distinción importante. Ella afirma que el uso de “linchamientos digitales” en un contexto como el de México en donde, en efecto, los linchamientos son un fenómeno recurrente sobre todo en pueblos urbanos o rurales de la región central del país, contribuye a la trivialización de la violencia fáctica; en cambio propone los términos “vigilantismo” y “digilantismo” (https://techinfo.wiki/vigilantismo-de-internet/) para hablar del papel que desempeña la ciudadanía digitalizada y su monitoreo hacia las acciones de los otros. Dado el contexto violento en el que estamos sumergidos en México, es pertinente aclarar la diferencia de términos; no está de más apuntar que en la jerga del internet es muy común que el uso impreciso e indiscriminado de ciertas palabras deslave su definición a tal punto que apenas podemos recordar su origen.
Pero ese es otro cuento.
El vigilantismo al que me refiero se caracteriza por tener una narrativa que suelte ser la misma: un personaje publica un chiste ahora muy fuera de los valores morales de nuestros tiempos o bien es captado cometiendo un acto de prepotencia. Alguien con alcance o influencia en la red lo comparte en sus cuentas en muchas ocasiones con un mote, “lady chicharrón en salsa verde”, por poner un ejemplo. El contenido comienza a replicarse acompañado de juicios, señalamientos e insultos. Se hace trendig topic. Luego, los medios se percatan de la tendencia y redactan notas del suceso. Siempre me ha parecido curioso el hecho de que incluso en los periódicos serios o de circulación nacional exista un redactor dedicado a hacer crónicas anodinas de lo que sucede en internet. En cuestión de horas el acusado o acusada pasó de ser un desconocido a ser inmortalizado por Google como la persona que obró fatal. El caso de “lady chicharrón en salsa verde” es real. A la también conocida como “lady tres pesos” le prohibieron la entrada a un supermercado puesto que venía con ella su pequeña hija. Como en ese entonces estaba restringida la entrada a menores de edad por reglamentos instaurados por la pandemia, la mujer maltrató a los empleados diciéndoles insultos clasistas como “haz de ganar tres pesos”. La indignación en las redes estalló y para la tarde de ese 28 de agosto de 2020 la mujer ya había sido despedida de su empleo en una conocida inmobiliaria (https://vanguardia.com.mx/vida/viral/reaparece-lady-3-pesos- -ofrece-una-disculpa-empleados-y-al-chicharron-en-salsa-verde-ERVG3545771). La empresa “condenaba categóricamente cualquier manifestación de clasismo, discriminación, exclusión y violencia”.
Haríamos bien en preguntarnos por qué este tipo de historias, aquellas en donde alguien actúa de forma altamente cuestionable y luego una turba de arrobas, seudónimos y fotos de perfil le lanzan cualquier cantidad de opiniones e injurias hasta dejar al acusado humillado en el suelo, tienen tanto éxito. Incluso me atrevería a asegurar que hoy por hoy existe una especie de adicción a este tipo de acontecimientos. El día que no hay villano se siente una quietud muy muy parecida al vacío.
Existe una peculiar satisfacción en publicar en nuestras redes algo que abiertamente condenamos: nos recuerda o reafirma todo aquello que en teoría no somos, y eso a su vez, nos ayuda a construir públicamente un relato más deseable de nosotros mismos. Estar del lado correcto nos complace. ¿Quién no se ha sentido una relativa superioridad al decirle a alguien “te lo dije”?A veces esa frase funciona como la última estocada para quien de por sí ya está abatido. Está propensión a señalar las erratas ajenas en la vida digital podría ser un síntoma de lo que la filósofa Lauren Berlant llama una “sociedad de control”. Ella dice que ahora nuestra conexión con el mundo se mide en relación a alguna medida de éxito o bien con alguna medida de virtud, por lo tanto cuando “a alguien se le va la lengua, o dice algo que preferiría no haber dicho, parecería que no hay en el mundo un espacio de generosidad para eso” (https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/lauren-berlant-despues-covid--personas-intentaran-volver-normalidad-explotacion_0_Q0l18wdPM.html).
En su libro Humillación en las redes, el periodista Jon Ronson señala que estas nuevas dinámicas digitales crean de manera constante escenarios de un “dramatismo intenso y artificial. A diario surge un héroe magnífico o un villano detestable” (ROBSON, Jon. Humillación en las redes, página 89. Ed. B, 2015). Y como sucede cuando vemos a cualquier villano o villana en las pantallas de cine, nos desvinculamos de sus acciones, por supuesto las condenamos pero, sobre todo, los deshumanizamos. Así pues, cuando el villano en turno de las redes sociales intenta redimirse a través de una disculpa pública, para el tribunal sin mácula de Twitter, Facebook o Youtube no existe “perdón” que valga. Hace algunos años fue muy popular un disfraz en Halloween: se trataba de la personificación del youtuber, o sea uno genérico, que mientras llora clama por compasión (https://indianexpress.com/article/trending/viral-videos-trending/vidcon-2019-kid-wearing-an-influencer-apology-costume-has-left-everyone-in-splits-5828056/). ¿Cómo es que la figura de una persona disculpándose ante una cámara llegó a convertirse en uno de los arquetipos más comunes de una nueva mitología virtual?
Del escarnio público resultan eventos que entretienen a una audiencia ávida del espectáculo del día y que por lo tanto resulta fácilmente capitalizables para los medios y motores de búsqueda: es un auténtico showbiz. Resulta significativo en este contexto el ahora tan popular meme, enunciado principalmente por jóvenes cuando se enteran de que alguien en internet ha recibido “su merecido”: adoro los finales felices.
La atmósfera inquisitoria de la red nos ha hecho vivir con un temor constante a ser descubiertos, a que los otros finalmente descubran que somos seres imperfectos.
Cada vez escucho más entre mis amistades y conocidas decir: “esto no podría tuitearlo porque me linchan”. Lo cual me hace sospechar que el vigilantismo sea una herramienta de democratización y, por el contrario, sea un instrumento discreto para la instauración de la autocensura y, por consiguiente, de un discurso conservador disfrazado de progreso.