En el día del libro
En este espacio en que abrimos un breve paréntesis para reflexionar acerca de algún tema interesante, y hoy vuelvo a insistir sobre el tema de la “lectura” que desde hace ya algunos años he traído en el asador, con el fin de “enseñar a leer a los que ya saben”, o que creen que saben, porque también los hay.
En primer lugar tenemos presente que el día 12 de este mes celebramos en México el Día del libro, aunque internacionalmente también se le dedica otro día en el mes de abril; pero nosotros como mexicanos, recordamos a Sor Juana Inés de la Cruz, nuestra máxima gloria como escritora, poeta, dramaturga, y desde luego, principalmente lectora.
Aunque el principal mérito de su actividad podemos vislumbrarlo desde la intrepidez de su obra, ya que el hecho mismo de ser mexicana, la ponía en un lugar de marginación, pues a los nativos no se les permitía ni siquiera el acceso a la lectura, y más aún el ser mujer, era en aquellos tiempos un motivo de marginación, en que el saber, la ciencia y la literatura les eran definitivamente prohibidos.
Pero los tiempos han cambiado y aunque podemos decir que han evolucionado bastante, ahora vemos todavía deficiencias que afectan tanto a niños, jóvenes y personas mayores y tal parece que la lectura se relegó a un plano bastante devaluado.
El día del libro se avecina, faltan breves días, pero tenemos todavía oportunidad de evaluar nuestra capacidad lectora.
Hace tiempo había un slogan: “Regala cultura: regala libros.”
Y también se contaba en plan humorista, aquello de la mujer que no sabía qué regalar a su esposo: y si le decían: “Regálale un libro”, simplemente contestaba: “Ya tiene uno”.
En fin, la oportunidad siempre está presente y aún podemos reflexionar un poco los beneficios de la lectura: todo el bien que nos reportan los libros, trayendo hasta nosotros lo mejor del pasado, haciéndonos conocer los personajes más relevantes que han transitado por nuestro mundo, y definitivamente, dando calidad y contenido a la Palabra que se nos ha trasmitido como don divino.
Desde que la palabra resonó en nuestro mundo, hizo eco en todo el universo; pero cuando la Palabra escrita se difundió por todos nuestros lares, entonces llegó para quedarse, y cualquiera puede tener acceso a la riqueza contenida en las páginas impresas.
Las palabras vuelan, sus ecos se evaporan, pero los escritos perduran, hablan al corazón, de la misma forma que nos habla Dios en el silencio de la más honda intimidad.
Y es verdaderamente lastimoso constatar que algunos medios utilicen la belleza de las palabras para difundir temas ruines, o para controversias fuera de tiempo y de lugar.
Más bien, ahora que podemos reflexionar aunque sea brevemente, sería óptimo que tomemos una seria resolución de ir a buscar lo bueno y lo mejor, en las lecturas de aquellos libros que nos iluminan, abren el alma y nos acercan a Dios despertando en nuestro corazón el deseo de una voluntad decidida a ser mejores.