Ideas

En el comienzo fue la fragilidad

Para no complicarnos comencemos con una pregunta básica: ¿qué es la vida? Por supuesto, es una ironía. Sí, la cuestión es fundamental y muy compleja, la historia de la filosofía tiene registrados empeños plurales en tratar de responderla, sólo que, en esta materia, la vida, un filósofo en cada ser humano la naturaleza nos dio, lo que implica que prácticamente todas las respuestas son válidas. Y decimos prácticamente porque nuestra especie prohíja anomalías, individuos, de cualquier sexo y género, convencidos de que violentar y matar a los demás es la vida, la de ellos, claro está. No obstante la diversidad que puede haber al intentar definirla, cada época logra consensos; en la nuestra bien podemos congeniar en que la vida consiste en la suma -que de repente es resta- de condiciones sociales y atributos personales que hacen posible el desarrollo de cada cual según su voluntad (y sus sueños), atenidos al límite que marca el derecho que las y los demás tienen para desarrollarse también de acuerdo con su intención y sus anhelos.

Existe un peculiar atributo vital, peculiar porque personal y comunitario. Escribe Fernando Savater en “La vida eterna”: “Somos productos con una fecha de caducidad inexorable cuyo momento exacto desconocemos, aunque podemos sospecharlo en líneas generales: y es precisamente esta intoxicación que compartimos por el veneno de la muerte lo que nos hace especialmente preciosos y delicados los unos para los otros. Para un ser humano, cualquier semejante debe llevar debe llevar escrita en la frente la advertencia: «muy frágil, manéjese con cuidado». A las normas para tal manejo cuidadoso de la fragilidad es precisamente lo que llamamos «moral». Que acentúan su urgencia cuanto más débil es el semejante, por edad o condición, cuanto más frágil y patentemente mortal se nos ofrece.” Lo citado podemos enlazarlo con lo que añade dos párrafos después: “El placer de vivir está en los mortales siempre contaminado por el miedo a la inminencia de la muerte. Y donde prevalece el miedo es difícil que prosperen la solidaridad, la compasión y ni siquiera la prudencia bien entendida…”.

Entonces, la vida como entrelazamiento; lo necesario (que es veleidoso) para estar sin tribulaciones, lo malo y su inevitabilidad, los deseos y aspiraciones que nos mueven -y a veces nos paralizan- y lo que los demás nos son menester, pero no de cualquier modo, sino para cuidarnos mutuamente, especialmente a los más frágiles, conscientes todos de la finitud que nos aqueja, buscando burlarla, ayuntados, lo más que podamos, si es que la reflexión de Savater nos atrae, de entrada, permite entendernos en la circunstancia que nos contiene, componentes del devenir cultural que nos transforma y al que transformamos.

El miedo a la muerte que por ser humanos traemos aparejado, abismado hacia la matazón que atestiguamos por doquier, en Jalisco y en el país entero: las, los asesinados con dolo, recordatorio de la fragilidad que nos es propia, y la percepción de inseguridad como expresión del miedo compartido que contamina al placer de vivir. Contamina, no lo cercena. Hace unos días el gobernador Enrique Alfaro declaró su diagnóstico de la seguridad pública en el estado, citó el porcentaje de sus habitantes, mayores de edad, que se sienten poco o muy inseguros según la encuesta de Victimización y Percepción sobre Inseguridad Pública del Inegi, con datos de comienzos de 2021, publicados en septiembre del mismo año: 76%; al preguntar a los encuestados por la percepción de inseguridad en su colonia, el porcentaje de quienes se sienten inseguros es mucho menor: 41.8 

A finales de 2020 Jalisco Cómo Vamos (JCV) hizo el levantamiento de su Séptima Encuesta sobre Calidad de Vida, indagación válida para el área metropolitana de Guadalajara respecto a varios aspectos del trance vital de las y los tapatíos. De ellos, 51.7% se sienten poco o muy inseguros en la ciudad, contrasta con el 76% del Inegi en todo el estado; aunque a escala de la colonia la coincidencia es importante, en el estudio de JCV el porcentaje de los inseguros en algún grado es 42, dos décimas más que la referida investigación del Inegi. La gente se siente menos insegura entre la gente que le es familiar y en los espacios que reconoce; de todos modos, la cantidad es preocupante: casi uno de cada dos disfrutan a trompicones, si acaso, el placer de la vida, mientras la sociedad pausa, arrinconada por el temor, la solidaridad y la compasión. Las normas para el manejo de la fragilidad de los semejantes fallan tremendamente, quienes tienen formalmente la responsabilidad de acatarlas y hacer que se acaten, fallan tremendamente, se desentienden de la fragilidad que nos conforma y así, si seguimos a Savater, faltan a la moral.

Para aliviar un tanto esta carga, quedó dicho que la vida no es sólo un estanco, el de la inseguridad, por ejemplo, muchos de los muchos otros que la componen echan brillos para que no termine todo por apagarse, ante el miedo, por la exposición descarada que de nuestra debilidad ejecutan los criminales, organizados o no. El meollo está en cómo hacer un balance público de lo que de bueno hay (tanto) en la sociedad (que la encuesta JCV refleja) sin correr el riesgo de que lo usen en nuestra contra, como salvoconducto esgrimible por quienes yerran cotidianamente al darnos seguridad, al paliar la desigualdad, porque una lectura convenenciera de muestras amplias de la vida en la urbe puede propiciar banalizaciones (arma preferida de los políticos) del tipo: pobres pero felices, inseguros pero satisfechos con la vida. Para salirnos de la penumbra de la inseguridad, tal vez baste no perder de vista que la vida es más que los facilismos autoexculpatorios de quienes gobiernan, porque lo que de bueno y placentero hay en ella es consecuencia del hacer, del imaginar, del afán por gozar de las personas, y asimismo de su gana por formar comunidades, hechas de mujeres y hombres, no nomás de las cifras de la incidencia delictiva.

agustino20@gmail.com

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