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"En Nueva York 4 de 6"

Es sabido que a los pequeños monstruos en los festejos no les gusta comer sino destrozar la comida, la cual se queda intacta, sólo que revuelta, y con hambre, como estaba el tío, no importaba que estuviera un poco destrozada, resulta claro que más cornadas da el hambre y repartido en bolsas es suficiente para hacer tres comidas como Dios manda y hay que decir que los refrescos mezclados saben casi igual que como sabían cada uno independientemente.

Para dormir consiguió una chamba de velador en un club de suicidas, donde también dormía un tipo que decía que él solamente hablaba con los muertos, por eso sólo hablaba con los socios que ya se habían suicidado, a los vivos ni los pelaba. Con las dos chambas, si se quiere mal pagadas, sobrevivió inicialmente.

Además era un tipo de lo más disparatero y cambiaba frecuentemente una palabra por otra, así una vez en su trabajo le pidieron que hiciera una limpieza concienzuda del piso del local donde trabajaba, lo hizo y se presentó ante su jefe a decirle que había dejado el piso relinchando de limpio queriendo decir rechinando. Otra ocasión vio a un piquete de huelguistas y le comunicó a su compañera de trabajo que había visto a los trabajadores muy oriundos con sus plancartas. Eso provocaba que a veces no se entendiera ni solo.

Algunos meses después de haber llegado a la ciudad conoció a una guapa mujer llamada Shirley, originaria de Falfurrias, Texas. No tenía hijos ni estaba embarazada pero tenía un par de perros Irish Wolfhound. Sus enojos los mostraba a señas porque era muda. Además se caracterizaba porque tenía unos ojos intensamente azules, lo que resaltaba porque además de ser muy intensa era bizca, sus ojos parecían foco de tren.

Como todo hombre que se precie de serlo, estaba sometido a los amorosos mandos de su amada esposa, que con ejemplar firmeza llevaba en casa “la voz cantante”. Ante ese hecho innegable al tío sólo le correspondía obedecer y callar. Con respecto a los mandos femeninos decía el tío con toda razón que si te casas con una muda te friega a señas.

No fue fácil el encuentro, ambos estaban sentados en la misma banca, cuestiones del caprichoso destino. Él nada más al verla se dio cuenta de que ella era mujer y ella no tardó en percatarse de que el tío era hombre, conclusión a la que llegó al observar que los bigotes de su compañero eran notoriamente diferentes a los de una tía suya que vivía en Arkansas.

El amor no requiere de palabras, un vistazo, un encuentro de miradas y el romance nace, se nutre de miramientos, así permanecieron dos días suspirando el uno por el otro, hasta que el hambre le ganó al amor y fueron a comprar dos baguettes gigantes, él lo compró de carne cruda de búfalo, ella lo pidió de queso de soya, porque era vegetariana, como ninguno era gorrón cada quien pago el suyo y sin decir una palabra volvieron a la banca que para entonces no había sido ocupada, ¿casualidad o destino?

Continuará…

@enrigue_zuloaga

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