El vuelo de la UdeG
La Universidad de Guadalajara fue de las primeras nacidas al soplo de la Revolución. Se debió principalmente a José G. Zuno, quien era Gobernador en 1925, acompañado de varios notables como Enrique Díaz de León, el primer rector. Pero no fueron felices sus primeros años ni los que vinieron después.
Los profesores capaces le tributaban muy pocas horas, más por el gusto de hacerlo que por una verdadera capacidad docente, y quienes se entregaban a un tiempo completo que, comoquiera, daba la posibilidad de otras chambas, eran generalmente de una calidad muy menor.
Pronto sobrevino la escisión de la derecha, abiertamente cristera y fascista: se autodenominaron “tecos” y pudieron existir gracias a ser solapados por la UNAM. El resultado no fue mejor.
Allá por los años cincuenta era tan malo el panorama “universitario” que, cuando los jesuitas decidieron entrarle a la educación superior, se guardaron de llamarle “universidad” a su institución. Hoy las cosas son diferentes. Ahora, en cambio, al ITESO le agregan el subtítulo de “universidad jesuita”.
Por lo que se refiere a la UdeG, luego le sobrevino una plaga peor que fue “la terrible” FEG. Poco a poco se fue adueñando del cotarro y el desastre llegó al clímax en los años setenta, el criterio académico quedaba siempre en segundo o tercer plano, opacado por los llamados popularmente “gorilas”.
La “renovación” llegó en los años noventa y la metamorfosis ha sido extraordinaria. La universidad bien pudo cambiar su nombre por el de Jalisco, pues echó raíces en todo el estado; además se convirtió en una auténtica promotora cultural y su peso académico (bibliográfico, científico y de difusión), resulta impresionante.
Hoy día no cabe duda que la UdeG que marca el ritmo. ¡Qué bueno!
Quienes podemos comparar lo que fue nuestra “alma mater” hace más de 30 años con lo que es ahora, no podemos sino maravillarnos y hasta sentirnos orgullosos por algún granito de arena que hayamos aportado.
Sin embargo, hay dos temas que incomodan: los profesores, en cuanto pueden jubilarse suelen correr como conejos, sin importar que todavía estén en edad de merecer y de aportar. A algunos más, bien debe agradecérseles que se vayan y no vuelvan; pero, los hay que con su calidad y experiencia podrían resultar muy útiles a la sociedad, más parece que este principio se ha perdido.
Y hablando de mala calidad, a pesar de que se dice que son estrictos los criterios para admitir profesores, se les ha colado cada uno en verdad inconmensurable (suponiendo que la palabra viene de menso). Por la vía virtual, por caso, tuve la oportunidad de seguir parte de un curso de “Pensamiento precolombino”, de un tal Gómez Padilla que hizo gala de una ignorancia cabal combinada con una soberbia insoportable. “Pobres alumnos”, pensaba yo, obligados a malgastar su tiempo con semejante tortura.
Por otro lado, he podido percatarme de que muchos directores de tesis lo son sin haber sido capaces ellos de hacer una.
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