El otoño como metáfora
Hace un par de días que el sol del mediodía comenzó a estar cada vez más bajo y las noches empezaron a volverse más largas. El verano ha llegado a su fin en el hemisferio norte del planeta y el equinoccio de otoño -es decir, la “noche igual”, cuando el día y la noche duran lo mismo-, es señal de que ha iniciado la tercera estación en el norte del globo terráqueo.
La manera más familiar que tengo para reconocer el paso de las estaciones es a través de la fronda de la Jacaranda que cubre la terraza de mi casa, así como, la azalea enorme cuando florece. En algún momento del otoño tardío la Jacaranda va a soltar sus hojas hasta quedar desnuda, sin pudor alguno, para que, en el invierno, también tardío, deje pasar los rayos del sol y caliente un poco más. Lo tardío de estos cambios se debe, me imagino, al cambio climático que ha afectado el ciclo de vida de este viejo y querido árbol.
El ADN de la Jacaranda supone que en el verano hace sol y, por eso, su fronda es tupida. No ha tenido tiempo de registrar que, en la Ciudad de México durante el verano, la mayoría de los días están nublados y, por eso, la fronda, más que protegernos del sol, produce una agradable penumbra y las tardes de lectura resultan más acogedoras una vez que leemos con las lámparas encendidas.
El otoño es una metáfora de la vida. Cuando nos referimos a esa estación, sabemos que se trata de la edad madura, previa a la vejez y antes de la larga, fría y negra noche invernal.
En uno de los sonetos de Shakespeare la voz del narrador hace referencia al otoño y dice, a quien corresponda, que se acuerde de él, sobre todo, en aquellas épocas del año cuando todavía era joven, no como ahora, cuando las hojas, pocas o ninguna, cuelgan donde un día cantaron los pájaros.
“Ahora que ves en mí el crepúsculo del día, después de la puesta de sol, cuando éste se oculta en el poniente...” Sí, el otoño de la vida es la madurez y por eso queremos que “vean el resplandor de ese fuego que descansa sobre las cenizas de la juventud”.
Las cuatro estaciones de Vivaldi las compuso el cura veneciano pelirrojo, factótum del barroco temprano, que logró retratar cada una de ellas, representando a las cuatro de tal manera que creemos que así es como se comportan.
Cuando estoy en la terraza en “modo contemplación”, me asombro de los cambios del tiempo, puntual a su ritmo y mientras observo cómo se va desplegando el mediodía, me viene a la memoria Autumn Leaves con Nat King Cole:
(The falling leaves drift by my window… )
Las hojas caen a la deriva por mi ventana,
las hojas de otoño son rojas y doradas
como tus labios y los besos en el verano…
El otoño es vida y en el campo se recoge la cosecha dejando las parcelas limpias, antes de renovarse en la primavera para que inicie un nuevo ciclo de vida. Cada estación tiene lo suyo y nos transmite su estado de ánimo con el tono de la luz, la temperatura y los anocheceres cada vez más tempranos, como también, en este mes, coqueteamos con la Luna y le cantamos diciéndole que… “de las lunas, la de octubre es más hermosa, porque en ella se refleja la quietud”, sin que sepa que, por momentos, extrañamos a la primavera cuando corríamos y brincábamos de puro gusto.
Es en el otoño cuando deseamos estar más tiempo en casa, protegidos de ese viento que despeluca las hojas de sus ramas donde un día cantaron los pájaros.
Los días se acortan y hacemos cuentas de lo que hemos logrado para mejorarlo, si es posible, una vez que nos damos cuenta que sólo recogemos lo sembrado, para que siga dando de vueltas la rueda de la Fortuna.
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