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El Congreso de Viena (II)

Las monarquías de toda Europa buscaban afianzar su estabilidad y hacer avanzar sus intereses tras la caída de Napoleón Bonaparte. La reunión vienesa (de finales de 1814 a mediados de 1815) debía servir para borrar las huellas del corso y alejar las tentaciones republicanas, pues la desastrosa revolución francesa fue precisamente lo que llevó a los delirios imperiales del “pequeño corso”, que acabó en pocos años con todos los equilibrios en el tablero europeo.

Cada potencia perseguía sus fines y el Congreso de Viena fue de cierto modo el campo de batalla diplomático. Rusia y Prusia tenían intenciones expansionistas, mientras que Austria y el Reino Unido buscaban ante todo la restauración del equilibrio. España y Portugal exigían de Francia el pago de los costos de una guerra que los había arruinado. Pero no dejaba de haber fuertes fricciones y rivalidades entre potencias: Prusia y Austria, por ejemplo, se disputaban la supremacía en Alemania; los rusos y los británicos competían respecto del Imperio otomano y Asia central... Aprovechando todo eso, Talleyrand, “el diablo cojuelo”, intrigaba con unos y otros, se aliaba en secreto con tal o cual, jugaba a explotar divisiones e intereses contrapuestos y logró para Francia un arreglo mucho más favorable de lo que habría sido de esperar tras dos décadas de guerras.

La reunión vienesa (de finales de 1814 a mediados de 1815) debía servir para borrar las huellas del corso y alejar las tentaciones republicanas, pues la desastrosa revolución francesa fue precisamente lo que llevó a los delirios imperiales del “pequeño corso”, que acabó en pocos años con todos los equilibrios en el tablero europeo

Pero lo insólito del Congreso, más allá de las negociaciones en grupo o bilaterales, abiertas o secretas (hubo muy pocas asambleas plenarias), fue que se convirtió en el centro de la vida social del Antiguo Régimen: aquel gentío se dedicó a divertirse. Los bailes, las recepciones y los saraos eran continuos. A diario había teatro, ópera, juegos de salón... Las madres con hijas casaderas, todas emperifolladas con sus mejores galas, acudieron en tropel a la pesca de yernos aristócratas o diplomáticos. Hay un libro estupendo y divertidísimo de la escritora estadounidense Susan Mary Alsop, cuyo título en inglés es The Congress Dances, y que publicó en español el Fondo de Cultura Económica en 1986 como Alegría y escándalo de un congreso. Ahí se entera uno de montones de chismes de lo más divertidos, además de la parte seria.

Pero en medio de aquel jolgorio, los participantes en el Congreso se llevaron un buen sofocón cuando se enteraron de que el 1º de marzo de 1815 Napoleón estaba de vuelta. Fue la campaña “de los cien días”, o “el vuelo del águila” según los historiadores bonapartistas. El 20 de marzo la bandera del Emperador ondea en París y el ejército respalda a su extraordinario general, probablemente el mejor estratega de la historia desde Julio César.

Pero lo insólito del Congreso, más allá de las negociaciones en grupo o bilaterales, abiertas o secretas (hubo muy pocas asambleas plenarias), fue que se convirtió en el centro de la vida social del Antiguo Régimen

El 13 de marzo, las potencias reunidas en Viena habían reaccionado con gran vehemencia contra el retorno de Napoleón, a quien calificaron de “enemigo y perturbador del mundo”. De todas formas, el Congreso siguió bailando hasta su clausura el 9 de junio. Tras la victoria decisiva de los ejércitos aliados comandados por Wellington en la batalla de Waterloo (18 de junio), la invasión de Francia y el exilio final de Bonaparte, otra vez había que negociarlo todo, y ahora las condiciones impuestas a Francia por los vencedores serían menos favorables.

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