Doscientos años después
Hace doscientos años el apenas establecido Estado libre de Jalisco gozaba de una riqueza natural extraordinaria. El lago de Chapala todavía no era cercenado, se podía navegar desde Jocotepec hasta La Barca, en unos enormes lanchones que llevaban tanto pasajeros como abundantes mercancías. Uno de los problemas que enfrentaba era el de las continuas inundaciones que su crecimiento anual provocaba. En el poblado de Chapala, las aguas llegaban hasta las gradas del templo parroquial.
Los bosques de las tres grandes sierras que nacen o concluyen en las costas del occidente mexicano eran espesos y frondosos, pues su explotación se mantenía bajo cierto control. Además, resultaba difícil sacar su madera por las limitadas comunicaciones.
El poderío agrícola era proverbial y promisorio, ante las novedades que el siglo y la independencia final podían acarrearle, las tierras de cultivo se extendían en dos amplísimos y fértiles valles, el de Atemajac y el de Zapopan, favorecidos por temporales abundantes y estables, así como las tierras del valle de Toluquilla, las ganaderías alteñas, las tierras productivas de los valles de Ameca, Etzatlán, Tepic y Cocula, de los campos de Autlán y el altiplano de Tecolotlán, si bien con una zona norte aislada y pobre.
Guadalajara era una ciudad muy pequeña y manejable, con aire puro y un clima ideal, no pasaba de los cuarenta mil habitantes, y los problemas de pobreza estaban siendo resueltos desde una perspectiva visionaria gracias a una institución denominada “Casa de Misericordia” o “Hospicio de pobres”, obra fundada por el célebre Obispo Juan Cruz Ruíz de Cabañas. Para la asistencia sanitaria se contaba con dos hospitales, el de San Juan de Dios y el Real de San Miguel, fundado a principios del siglo XVII, y que estaba ya en una nueva sede, en acato a las disposiciones del rey Carlos III que ordenó sacar los nosocomios de las ciudades y ubicarlos extramuros.
El valle sobre el que se asentaba la ciudad era próspero en manantiales de agua, pozos generosos, arroyos permanentes y de temporal, ríos de mayor peso como el de San Juan de Dios o el río Blanco de Zapopan, así como arboledas aisladas y bosques tupidos y cercanos como el de Santa Eduviges. La cercanía del bosque de La Primavera era de vital importancia climática y se conservaba íntegro por todos sus flancos.
Los primeros políticos del Jalisco independiente eran hombres ilustres, sinceramente comprometidos en la búsqueda del mejor sistema social que garantizara el progreso de todos, y por lo mismo, empeñados en la consolidación de una república, pero de tipo federal, y un sistema democrático, si bien algunos de ellos habían creído en el sueño monárquico de Iturbide.
Los hombres de empresa eran muy activos en todo este proceso, salvaguardando sus intereses, pero no sin dejar beneficios a toda la colectividad, ciertamente dentro de marcos laborales ajenos a lo que será muy posteriormente el compromiso social reflejado en una legislación justa para con los trabajadores.
Desde fines del siglo XVIII habían aparecido en Guadalajara las primeras periferias, entendidas como hacinamientos humanos que el obispo Cabañas se empeñó en redimir no con limosnas, sino con educación y capacitación laboral.
¿No sería la ocasión de analizar, revisar y comparar el Jalisco de hoy con el de hace 200 años? ¿Constatar entonces ganancias y pérdidas, elementos por recuperar e identificación de nuevas oportunidades, además, claro, de hacer fiesta?