Ideas

Ordenar la ciudad, movilizar ciudadanos

A los que planean y a los que defienden la ciudad

Por planes no paramos. Si algo ha caracterizado a Guadalajara son buenos ejercicios de planeación, desde los reglamentos urbanos del gobernador Ahumada en 1905, hasta los tiempos de la Junta General de Planeación y Urbanización creada por Juan Gil Preciado en 1953, con autonomía y patrimonio propio, a la que le siguió el Departamento de Planeación en el sexenio de Flavio Romero (1977) mismo que cinco años después emitió el famoso Plan de Ordenamiento de la Zona Conurbada de Guadalajara.* Ya en los albores del siglo XXI existió el primer intento de ordenamiento ecológico y de control de la mancha urbana que se conoció como los Cinturones Verdes, y ahora festejamos un nuevo PotMet, el Programa de Ordenamiento Territorial Metropolitano. La pregunta obligada es ¿qué nos pasó?, ¿cómo llegamos a donde llegamos a pesar de tantos planes de urbanización? O, quizá la pregunta correcta es, si a pesar de los planes la ciudad ha crecido caóticamente, ¿dónde estaríamos sin esos esfuerzos de planeación?

Parafraseando la teoría de la información, podríamos decir que toda ciudad tiende a la entropía, que la naturaleza urbana (es decir humana) y la fuerza del mercado empujaran a la ciudad hacia la expansión y el desorden, entendido éste como la prevalencia de los intereses particulares sobre los comunitarios. La planeación urbana no tiene otro objetivo que hacer una mejor ciudad para todos -y a la larga económicamente más rentable- y para ello es necesario que los habitantes cedamos la potestad sobre la tierra y la propiedad privada a un instrumento comunitario, un plan de ordenamiento con usos de suelo definidos, porque nada hay más complejo que armonizar intereses económicos. Todo el mundo quiere reglas más estrictas aplicadas sobre la milpa del compadre, nunca sobre la propia.

La eficiencia de los planes de ordenamiento urbano y territorial tiene que ver sí, con su elaboración, con la capacidad técnica de los planeadores, con la solvencia moral de las autoridades, con la legitimidad del Estado para ejercer el poder, pero, principalmente, con la existencia de grupos ciudadanos interesados en su ciudad. Cuando en los municipios no hay sociedad organizada y los intereses inmobiliarios se imponen sobre los presidentes municipales y las instituciones del Estado (como ha sucedido en Tlajomulco a lo largo de varias administraciones de distintos colores) no hay plan de urbanización que resista.

Nada afecta tanto nuestra vida cotidiana como la violación a la planeación urbana. Siempre pensamos en que los afectados por un permiso otorgado corruptamente por un municipio o un magistrado de lo administrativo son solo los vecinos. Falso. La próxima vez que suframos un embotellamiento de más de una hora en cualquier punto de la zona metropolitana hay que mentarle la madre a todos los magistrados y presidentes municipales corruptos (se lo merecen) pero, sobre todo, recordemos que para que la planeación funcione se necesitan ciudadanos comprometidos, exigentes e inconformes, eso que ahora llaman activistas. La planeación que funciona no es la que hacen y se hace para los desarrolladores inmobiliarios sino desde y para los ciudadanos.

*Una excelente síntesis de la historia de la planeación en el siglo XX puede encontrase en el artículo “El desarrollo urbano en Guadalajara” del arquitecto Pablo Vázquez Piombo. 

diego.petersen@informador.com.mx
 

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