Inundados o atascados, ¿ese es el dilema?
Cada verano nos preguntamos por qué se inunda la ciudad, por qué nuestro sistema de drenaje no funciona como suponemos que debería funcionar. Y digo suponemos porque efectivamente son sólo supuestos, esperanzas que nos venden los políticos a lo largo de la historia de que las pequeñas o grandes intervenciones que realizan van a cambiar el derrotero de un problema, aunque la verdad es que esas “obras magníficas” apenas le hacen cosquillas a la realidad.
¿Por qué se inundan las calles? Por una sencilla razón: el tamaño de los colectores no puede desplazar de manera inmediata la cantidad de agua que cae en un punto. Es decir, cae más agua de la que el sistema puede conducir. Para que López Mateos, por poner un ejemplo, no se inundara nunca, ni en las peores tormentas, tendríamos que hacer un colector tres o cuatro veces más grande que el actual, una obra faraónica, que mantendría cerrada la principal arteria del poniente de la ciudad y la conexión hacia el sur por un lapso, pongamos, de un año, y que funcionaría a plena capacidad unas 100 horas al año. Además del costo económico, pongámoslo en un mínimo de diez mil millones de pesos, tendría un costo enorme de horas de embotellamiento que podemos estimar en cerca de tres mil, si calculamos ocho horas diarias de atasco por la obra. Las lluvias provocan unas 20 inundaciones cada temporada de una duración promedio de tres horas en esta avenida, es decir, 60 horas por año. Visto de esta manera, hacer un colector tiene, además del costo enorme, el efecto de 50 años de inundaciones.
La otra solución a las inundaciones es reabrir los cauces de los arroyos que se convirtieron en calles: la Calzada Independencia, antiguo río de San Juan de Dios; el arroyo de la Culebra, o Atemajac, hoy Avenida Patria en el Norponiente de la ciudad; el llamado arroyo Chico, hoy Avenida Montevideo; el arroyo del Arenal, una parte de cuyo cauce hoy es la Avenida de la Paz, etcétera. Levantar el pavimento y recuperar los arroyos generaría un enorme beneficio ecológico a la ciudad y evitaría inundaciones cada año en estas zonas. Suponiendo que algún gobernante se echara el tiro de quitarle espacio a los autos para darle paso al agua cada verano, lo más grave es que nos daríamos cuenta de la cantidad de territorio de estos cauces, que en algún momento fue propiedad de la nación, hoy son propiedad privada. Alguien, con la complicidad de algún político, literalmente se los agenció en detrimento de todos los ciudadanos.
Por eso no es extraño que cuando los jóvenes y ansiosos políticos revisan sus promesas de acabar con las inundaciones, desistan antes de que cante el gallo. Entre inundaciones y atascones, entre unas horas debajo del agua cada verano o días enteros de embotellamientos, entre colectores o pavimentos, las obras hidráulicas siempre llevarán las de perder. Total, con suerte el próximo año hay menos tormentas. Así llevamos al menos 50 años.