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Gobernadores de Morena y el segundo piso de la 4T

Uno de los mayores ridículos de Enrique Peña Nieto como presidente (y vaya que tuvo varios) fue cuando citó como ejemplos del nuevo PRI a tres gobernadores que, a la postre, terminarían perseguidos por la ley: César Duarte (Chihuahua), Javier Duarte (Veracruz) y Roberto Borge (Quintana Roo). Los tres se convirtieron, en efecto, en la imagen de un nuevo PRI igualmente corrupto, pero sin los ideales de la revolución. Fue la generación que demostró que el partidazo había perdido el sentido de su existencia.

Algo similar está ocurriendo con los gobernadores de la Cuarta Transformación, del movimiento obradorista. En los últimos días hemos visto brotar como hongos casos de corrupción de tres gobernadores a los que, en su momento, López Obrador bendijo con sus palabras.

El primero fue Cuauhtémoc Blanco. El controvertido gobernador de Morelos, que llegó al poder por el Partido Encuentro Social (PES) en alianza con Morena, dio muestras de su incapacidad desde la primera semana y de la corrupción que lo rodeaba desde el primer año. Si se mantuvo en el poder fue por el apoyo del presidente López Obrador, quien dijo que todo lo que se hacía en Morelos lo hacían juntos. Hoy pesan sobre Blanco cuatro denuncias penales por corrupción interpuesta por el nuevo Gobierno, también morenista.

Adán Augusto López, a quien López Obrador llamó su hermano, fue gobernador de Tabasco, luego secretario de Gobernación y ahora es el líder de Morena en el Senado de la República. Su Gobierno fue un punto de quiebre de la violencia en el Estado. El nuevo gobernador de Tabasco, el también morenista Javier May, dijo que la violencia en el edén se debe a que Adán Augusto le entregó la Policía estatal al crimen organizado, a un grupo llamado “la Barredora”, que a la postre se vinculó con el Cártel Nueva Generación.

El caso más patético es el del gobernador de Sonora, Alfonso Durazo. Tránsfuga del PRI y del PAN llegó a Morena con el camino bien aprendido. López Obrador lo hizo secretario de Seguridad y luego gobernador de Sonora, uno de los consentidos del obradorato. Una red de corrupción que vincula a su hijo Alfonso y sus amigos con apropiación de terrenos ejidales y asociación con una empresa china para obtener beneficios del Gobierno los puso en el ojo del huracán. El retrato, Alfonso junior con sus amigos prestanombres y sus perros, todos en plan mafioso, es el equivalente visual del escrito de Karime Macías, la esposa de Javier Duarte, en el que repetía “merezco abundancia”. El hijo de Durazo cree también merecer lo mismo por tener un papá gobernador que lo protege.

De cómo trate Claudia Sheinbaum los escándalos de estos gobernadores dependerá en gran medida la solidez del segundo piso de la llamada Cuarta Transformación.

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