Diario de un espectador
Atmosféricas. La suerte de Johnson, la gallina. Desde que la del rojizo resplandor decidió que, a la manera y a la memoria de la gentil señora que ya no está, habría otra vez gallinas y gallo, en el exacto lugar en donde por cincuenta años fue el gallinero, regresó la vocación avícola de la casa. Al efecto, bastó observar brevemente a Johnson, la bravía gallina: su etérea y terrenal belleza, su garbo insuperable, su astuta nobleza. Pero el jardinero, Alexis Zorba, tenía otros designios. Se las ingenió, a sus noventa años, para atrapar, él solo, a la tan esquiva Johnson. Y procedió a llevársela a su propio gallinero en una cajita expresamente hecha para la ocasión. Siguieron múltiples pourparlers acerca de tan intrigante medida de don Luis. Finalmente, el maestro decidió no traer a Johnson, a la que sin duda ya se había cenado, y traer en su lugar a un gallo y una gallina de su propiedad. Y luego procedió a dar precisas instrucciones sobre dónde y cómo, en un rincón del jardín, muy cerca del túnel histórico, instalar el gallinero. “Ya no tendrá que ocupar despertadores, arquitecto”, fue su última sentencia sobre el tema, y con eso zanjó la cuestión.
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Recado de Suzette, la bellísima, desde el Midi. Pero con ciertas licencias, producto de una larga y borrascosa navegación por el mar griego. Y dice: Perdoné errores imperdonables. Ensayé de trocar gentes irreemplazables y olvidar a gentes inolvidables. Fui traicionado por algunos que pensé que no conocían la traición. Hallé en el fondo de mí una sonrisa cuando ya me era imposible la vida. Pero conseguí amigos eternos. Lágrimas de balde con ciertas músicas, con ciertas fotografías. El hilo del teléfono ensayado en vano y tantas veces nomás para oír tu voz. Parecía que habría de morirme de tanta tristeza. Que la final locura por fin sobrevenía, como un fantasma catalán. Conocí el pánico de perder a la que me dijo que por fin la recuperaba. Sobreviví. Supe que el que arriesga nunca pierde nada, al borde del filo de la navaja, en los trayectos del zapoi. Y supe que, como dijo José Alfredo, al perderte voy ganando, qué manera de perder.
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Primicia mundial. Luxe, calme et volupté, reza el principio de los limonov-zapoi. Desde casi la infancia, con los primeros balbuceos del francés, ruedan estas palabras mágicas. Entre viejos papeles, apareció un manuscrito a lápiz de Carlos Palomar y Arias, esteta, traductor insuperable, calígrafo, dibujante, músico de excepción, humorista. Es una traducción, posiblemente de los años treinta, de L’invitation au voyage, esa canción inmortal de Charles Baudelaire que es el himno de todos los románticos y decadentistas que han sido. Se duda que exista una mejor versión castellana, hasta ahora, de este poema. La traducción jamás fue publicada, hasta este día.
La invitación al viaje
Hija, hermana mía,
piensa en la alegría
de ir al país de la ilusión
amar sin sufrir
amar y morir
donde todo es tu imitación
Los húmedos soles
formando arreboles
al corazón me llegarán
sus reflejos rojos
cual tus bellos ojos
eterno amor me mentirán.
Todo es alli lujo, beldad
amor y voluptuosidad
Muebles escogidos
del tiempo perdidos
darán a la alcoba esplendor;
las flores más claras
y de esencias raras
con el ámbar mezclan su olor.
Los áureos reflejos,
los hondos espejos
y la esplendidez oriental,
todo habla discreto
al alma en secreto
su dulce lenguaje natal.
Todo es allí lujo, beldad
amor y voluptuosidad
Sobre los canales
duermen colosales
los barcos de humor vagabundo
porque satisfagas
tus manías vagas
llegan desde el confín del mundo.
Allí el sol poniente
de un oro esplendente
viste al canal y la ciudad;
el aire está inerme
y el mundo se duerme
en una tibia claridad.
Todo es allí lujo, beldad
amor y voluptuosidad
jpalomar@informador.com.mx