Destino del sufrimiento
Testimonio verídico.
El gran poeta español, sevillano por cierto, Gustavo Adolfo Bécquer escribió: “los suspiros son aire y van al aire, las lágrimas son agua y van al mar, dime mujer cuando el amor se olvida ¿sabes tú a dónde va? La referencia viene a colación porque a lo largo de los 40 años de la vida de una mujer que nació con discapacidad intelectual, discapacidad que desafortunadamente ha tenido una penosa evolución consistente en un deterioro físico y mental, provocado, entre otras razones, por la larga, pesada y dañina ingesta diaria de un buen número de medicamentos anti-sicóticos que entre otros daños le ha provocado un incipiente y formidablemente agresivo trastorno diagnosticado como “diskinesia” causante entre otras “linduras” de permanentes espasmos musculares con sus devastadores efectos.
La condición física y mental de Gabriela ya arriba relatada, ciertamente en forma resumida, provoca con abrumadora frecuencia crisis que ante todo se distinguen por un evidente estado de aflicción y palpable sufrimiento, tanto físico como emocional.
Es en tales crisis, cuando sus padres viven acosados por un miedo profundo e irracional y en consecuencia habitan espacios de enorme confusión y depresión, sentimientos que de siempre los conduce, inevitablemente, a una pesada, incómoda y hasta hiriente pregunta, cuestionamiento de carácter polémico y hasta combativo.
Y es precisamente parafraseando a Bécquer, cuando los padres se preguntan ¿Cuándo el sufrimiento se instala en una persona y los que la rodean cercanamente en forma intensa y permanente, sabe alguien a dónde va?
En tales condiciones a los padres les queda el registro de una frecuente contestación, que no respuesta, normalmente expresada por los creyentes: voluntad divina, por lo tanto no queda más que ofrecerlo a Dios. Como soy un ignorante e insignificante ser humano, sigo aceptando, pero sin entender, que Dios recurra a este tipo de manifestaciones para acercarnos a Él. Peor aún, hay personas que agotadas sus fuerzas físicas y mentales no solo le voltean la mirada a Dios sino que lo culpan por sus desgracias.
Resulta tan intrigante esta molesta postura inquisitiva que incluso contradice al gran poeta griego Sófocles cuando afirma: “antes que muera un hombre, nadie podrá decir si fue buena su vida, o si fue desdichada”. Conciente estoy que quizás lo que pienso, producto de los que siento se base en argumentos maniqueos, manipuladores y simplistas, porque finalmente todos los seres humanos cargamos con cierta dosis de dolor e indignación.
Paradójicamente haciendo caso a la consigna de vida que clama por nunca ceder a la resignación, esta mujer con discapacidad ha luchado denodadamente por conseguir un estado de paz y tranquilidad, no lo ha conseguido y sigue enfrentando la vida a pesar de los terrores que la estremecen, ¿será una Mártir que desagravie los pecados de otros? Sería un argumento irracional y descabellado.
Sé que preguntarnos acerca del destino del sufrimiento es inútil, simplemente porque no se puede entender, mucho menos juzgar lo desconocido, ante tal y contundente realidad termino con estas absurdas divagaciones con un “Laus deo” como final.