De mi abuela y sus pasitos
Meditar es como ver pasar una película de pensamientos y no engancharse con ninguno. En alguna ocasión me decían que uno para poder vaciar la mente había que ponerla en blanco y yo muy nueva en el asunto de sentarme o de pretender hacerlo, lo único que veía volar en mi mente eran papeles blancos con la palabra BLANCO sin ningún efecto ni relajante o mucho menos próspero. El objetivo de meditar es distinto en cada persona, pero en términos generales diría que quien lo hace realmente por la derecha, alcanza, a fuerza de práctica, a accionar menos y a guardar más silencio. En una sociedad que no contempla el no moverse, el no hacer, el no opinar, el no mostrarse, la práctica de la meditación es una entera revolución. No hay mejor guía para quien quiera empezar a hacerlo que sentarse en un lugar cómodo y dedicarse a respirar y a -muchas veces en vano- tratar de no engancharse con ningún pensamiento.
Pero sería, en mi experiencia, muy poco decir que sólo al sentarse en tal silencio y con los ojos cerrados se logra llegar a alguno que otro momento de calma real. Caminar con o sin rumbo fijo, por algunos minutos al día y sin música, sin audio libro, sin compañeros, sin responder llamadas ha sido una revelación consciente para mí. De niña veía a mi abuela quien siempre después de comer daba “unos pasitos” sola pensando en quién sabe qué o quién. Mi abuela no emitía grandes juicios, casi no hablaba y se quejaba menos de nada, nunca fue protagonista ni de su historia aunque era dueña de su vida, casi no tenía una opinión contundente de nada lo cual la hacía flexible en su manera de pensar, casi no se manifestaba aunque su presencia era inminente y tenerla en casa daba una sensación de paz. A muchos años de su muerte creo que sus pequeñas caminatas eran un camino que recorría con muchísima confianza para encontrar quietud. Vivir intensamente, amar intensamente, reír intensamente o llorar de la misma manera no es equivalente a vivir de verdad. Con el tiempo se va dando uno cuenta que todo es mejor sabiéndose administrar y que la pasión por vivir no puede ser confundida con la histeria de no encontrarse. Al caminar habrá días en los que físicamente se esté más hábil que otros pero la mente inquieta que pide esquina, necesita ser atendida de manera urgente. En un país donde -no exagero- salir ileso de una caminata nocturna es un reto, las posibilidades de hacer conscientes “unos pasitos” por algunos minutos durante el día se convierte en una prioridad. Si la seguridad y la calma no están ahí fuera, habrá que empezarlas a procurar dentro.
A mi abuela Eloisa, maestra de la meditación.
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