De los haikú a la musa abandonada
Fui asociando varias historias desde el momento en que decidimos que podía ser un buen regalo el libro-objeto-de-arte con los haikú de Erando González, actor principal (Ricardo III, un sueño), miembro de la Compañía Nacional de Teatro, titulado 17, como las sílabas de esos poemas que publicó “con el afectuoso consejo y aliento de Humberto Spíndola, Nelson Gallardo y el amable auxilio de Gustavo Rodríguez. La numeración japonesa se debe al pincel y la mano de Misa Tanabe. Adriana Corona tuvo a su cargo el diseño de la portada. Sol Martínez enlazó páginas y pastas en costura japonesa. Todo ello para componer la presente, valedera edición de cincuenta y un ejemplares, que sale a luz en la Ciudad de México en el mes de septiembre de 2019.”
Diecisiete haikú de Erando, cada uno con 17 sílabas en tres versos de 5, 7 y 5 sílabas respectivamente, para contagiarnos el asombro y la emoción por la contemplación de la naturaleza:
1.
Pleno desierto.
Una flor amarilla
da su concierto.
2.
Mancha de tizne,
en la blanca parvada
va un negro cisne.
Octavio Paz decía que el haiku es “un organismo poético complejo que, por su misma brevedad, obliga al poeta a significar mucho diciendo lo mínimo... se divide en dos partes: la primera, da la condición general, la ubicación temporal y espacial del poema; la segunda, relampagueante, debe contener un elemento activo. Una es descriptiva, la otra, inesperada... La índole misma del haikú es favorable a un humor seco, nada sentimental, es una pequeña cápsula cargada de poesía capaz de resaltar la realidad aparente.”
José Juan Tablada fue el primer poeta que escribió haikú en México después de haber estado en Japón de 1900 a 1903, cuando regresó para casarse con Evangelina Sierra González de Hermosillo, sobrina de Justo Sierra, funcionario que le ofreció trabajo al poeta en el Ministerio de Educación Pública, además de importar vinos hasta la caída de Victoriano Huerta en 1914 cuando tuvo que exilarse en Nueva York abandonando a su mujer en la casa que habían construido al estilo japonés en Coyoacán.
En las memorias de Tablada publicadas como La feria de la vida (Ediciones Botas, 1937), cuenta cómo conoció a mi abuela en una tamalada en los jardines de Aranzazú, confirmando la fama de su belleza: “Maclovia Cañedo tenía la tez morena, el cabello negrísimo y los ojos de antílope de las bellezas que en las miniaturas persas que ilustran Las mil y una noches se miran sobre praderas floridas en los huertos del Sultán Sharriar y unía, a la belleza plástica, el encanto peculiar de las mujeres de esa tierra.”
Entonces, recordé el día que mi madre había invitado a comer una viejita de unos 80 años, modesta pero elegante, con un vestido oscuro, pelo blanco cenizo y una manera de hablar pausada que nos contó -y no se me olvida- cómo arrastraba esa pena que nunca pudo deshacerse de ella.
-Es una parienta lejana, viejito -me dijo mi mamá. Evangelina es la hija de Tarcila, hermana de mi abuela Maclovia González de Hermosillo, casada con uno de los Sierra de Chihuahua; luego se casó con un poeta que se creía japonés y escribía unos versitos... pero a la pobre la abandonó y luego se enteró (en 1918) para su desgracia, que su exmarido se había vuelto a casar con una jovencita de 22 años de edad:
Suspiro... porque cierto
es el fatal mañana, amada mía!
Porque yo estaré muerto
cuando tú serás joven todavía...!
Porque florida y juvenil te miro
y yo, me siento ya mustio y deshecho...
Por eso mi pesar se hace suspiro
y brota del abismo de mi pecho.
Y así pasé de la búsqueda de un regalo a Tablada y de ahí a la musa abandonada, pariente de mi abuela Cova, para concluir estas escenas de los 17 haikú de Erando publicados como objeto de arte, todo en uno: pasado, presente y futuro.
malba99@yahoo.com