“Corcholatas” y el huevo de la corrupción
Las campañas adelantadas de la y los suspirantes presidenciales lopezobradoristas encierran algo más pernicioso que una franca violación a la ley electoral. Estas giras abren la puerta al cáncer más dañino de la democracia mexicana: la corrupción.
El proceso inventado, con parches y remedos cotidianos, por Morena para promover a sus suspirantes en aras de encuestarlos y definir a quien buscará suceder a Andrés Manuel López Obrador, es no sólo legalmente grotesco, sino pernicioso más allá del hecho, ya grave, de que dinamita la equidad electoral.
Lo que hemos visto en apenas tres días difícilmente costará al final menos de cinco millones de pesos, que es el tope de recursos que Morena ha dispuesto para cada uno de los cuatro suspirantes del partido fundado por AMLO.
Más aún: lo que vemos ahora no es para nada el inicio del ilegal proceso. Los actuales desfiguros tuvieron una precuela en donde al menos tres de los suspirantes (Claudia Sheinbaum, Adán Augusto López y Marcelo Ebrard) pudieron haber abierto la puerta a la corrupción.
Desde meses atrás, al menos estos tres suspirantes se han venido publicitando con dudoso financiamiento en bardas y espectaculares.
En un país con lectores a la baja, uno de ellos tenía más publicidad de su libro que el mejor bestseller de la temporada.
En una nación que ve cómo la industria de las revistas se encoge cada año, otro de ellos aparecía en publicaciones que -exagerando- tienen más espectaculares publicitarios que ejemplares impresos.
Y la tercera ha saturado las bardas de México con pintas de su perfil y las dos palabras de su nombre/slogan que dice que ella es la buena.
¿Cómo pagaron todo eso? ¿Desviaron recursos públicos en metálico o humanos para ello? ¿Están cobrando uno o varios favores? ¿O están hipotecando su futuro al llenarse de compromisos?
Son preguntas que no gustan, pero no son insinuaciones: es lógica pura. Todos esos costos serán fantasmas para este triste INE, y para la más triste Función Pública, pero no son virtuales: suponen dinero que alguien dispuso, y por el cual espera algún retorno. Esa es ley tan universal como las de Newton.
Y eso fue antes de que Morena sacara sus lineamientos (es un decir, porque luego luego los han ido enmendando) de lo que se valía y no en este proselitismo disfrazado de actos intrapartidistas.
Una vez iniciado el lunes el periodo en que las llamadas “corcholatas” se podían promover libremente, el riesgo de corrupción resurgió.
Ricardo Monreal le ha puesto el cascabel al gato. Viendo lo que ve cualquiera que sale a la calle y advierte espectaculares y pintas de las “corcholatas” por aquí y por allá, ha pedido moderación a sus cocompetidores.
Él hará una campaña testimonial y acaso si le alcance el monto que le dieron para viajar por la República llamando a que si alguien pregunta en la encuesta, digan su zacatecano nombre.
Pero mítines con cientos de personas, como los de Claudia, o un poco menores para el caso pero con reportes de acarreo como los de Adán, sólo pueden explicarse con la viejísima fórmula de que se transa con liderazgos cobrando favores o prometiéndolos.
O desviando dineros gubernamentales o partidistas que eran para otros fines y que se maquillarán en el eventual reporte a la respectiva autoridad fiscalizadora.
No hay de otra: lo que vemos no suena lógico, no hay manera de que a ese ritmo el metálico de cinco millones les alcance. Si esto es así, hay corrupción hoy, pero su volumen escalará y mucho cuando se tengan que pagar estos favores.