Contra el miedo, paciencia
Temo contradecir a quienes toda mi vida me han dicho que todo en este mundo tiene solución. He llegado a una conclusión después de algunas trompadas contra el suelo en la que siento que sí, algunas cosas se resuelven y tienen eso, soluciones prácticas y otras simplemente se disuelven, se forman o se encuentran y chocan y luego evolucionan y se revolucionan pero no se acaban.
Los procesos humanos y artísticos rara vez tienen solución, usan la técnica o la metodología como herramienta pero no como bandera o estandarte. Si es que así fuera, se perdería el espíritu filosófico y la búsqueda humana de encontrarse a uno mismo y pasaríamos de ser exploradores a ser máquinas frías que encuentran respuestas pero no encuentran belleza en ellas.
En las buenas y en las malas cuando una temporada de teatro acaba, una relación personal acaba o cuando volvemos de un viaje, en realidad ninguna de estas experiencias terminan ahí donde las pensamos concluidas, todas ellas son en realidad hilos (procesos interminables) que se entrelazan y que van llenando nuestro camino de vivencias y cotidianidades en las que somos entre todos lo que medianamente imaginamos ser.
Los problemas son iguales aunque claro —la felicidad efímera como es— hace que en ocasiones nos cueste trabajo recordar lo plenos y alegres que hemos sido cuando una nube negra nos cae encima y buscamos contra todo, incluso contra nosotros mismos y nuestra propia historia, una pronta y expedita solución.
Y ahí entre la ofuscación y la ansiedad de querer pasar lo más rápido posible por lo que estamos pasando, nos encontramos con falsas medidas que suelen darnos vagos ratos de confort y en las que es fácil rendirnos para recibir dosis cotidianas de placer. Y pasa la vida, y pasamos por la puerta principal de casa dejando abrigos y bufandas sin voltearnos a ver en el espejo en el que solíamos vernos hasta que un día nos vemos de reojo y regresamos y nos detenemos con tiempo —el que no teníamos ya para mirarnos en calma—y nos damos cuenta que no sólo no hemos encontrado una solución para los problemas que teníamos sino que estos los hemos enmascarado con nuevos problemas, con nuevas compulsiones que sin querer han comprometido nuestra libertad de decisión y la de los demás que con frecuencia, son los que más queremos.
Al final, no hemos sido capaces de vivir los procesos libremente, no hemos sido capaces de vivir con paciencia y entereza nuestra propia vida y la del otro porque la voz esa que de infancia nos dijo que todo, absolutamente todo tenía solución, es la del ego riéndose a carcajadas y tomando la copa junto con el miedo.
Durante un proceso personal uno podría no salir muy bien librado pero hay que salir de ahí con dignidad. Es difícil vivir en una comunidad que busca la anestesia y la solución práctica a problemas que aquejan hondamente tanto en lo personal como en lo público. Si el miedo es el enemigo a combatir entonces el arma principal debería de ser la paciencia y el trabajo constante. Creo.