Ideas

- “Asegunes”

Vámonos por orden.

Primero, el anuncio oficial: en agosto próximo regresarán a clases presenciales en todo el país los estudiantes de todos los niveles, pues “no hay nada que lo impida”, al decir del Presidente López Obrador.

Segundo, la anuencia de personas entendidas..., y, además, insospechables de sumisión acrítica a las disposiciones presidenciales. Verbigracia, Astrid Holander, jefa de Educación de UNICEF en México; Henrietta Fore, hasta hace dos días directora ejecutiva del mismo organismo, y Audrey Azoulay, directora general de la UNESCO. Las tres concuerdan, por una parte, en que el proceso de educación formal no se circunscribe a instruir a los educandos en las disciplinas académicas tradicionales; adicionalmente (y, quizá, lo más importante), dicho proceso es esencial en la salud mental, el bienestar físico y el desarrollo social y emocional de niños y jóvenes, principalmente. Y las tres coinciden, por otra parte, en que, aun en circunstancias extraordinarias como las derivadas de la pandemia de COVID-19, “las escuelas deberían ser las últimas en cerrar, y las primeras en reabrir”.


-II-


Bien: a despecho del actual rebrote de contagios -“la tercera ola” de que hablan los entendidos-, la decisión (susceptible de ser ratificada conforme el tiempo pase y la curva de contagios se modifique, para bien o para mal) ya está tomada: en la última semana de agosto se cerrará el paréntesis que se abrió hace 16 meses, cuando más de 30 millones de estudiantes en todo el país dejaron de acudir a las aulas y debieron refugiarse -¡los que pudieron...!- en la modalidad virtual, inédita hasta ahora.

Más allá de los problemas de estancamiento en el nivel académico y aun deserción escolar que en mayor o menor medida afectaron a un porcentaje -indeterminado hasta ahora- de los estudiantes, quizá no se ha ponderado en toda su magnitud el hecho de que el retorno de los estudiantes a las aulas implica, ipso facto, un incremento exponencial en el tráfico vehicular, en el hacinamiento en las unidades del transporte público y en el contacto físico -con el consiguiente riesgo de contagio- entre las personas.


-III-


La mayoría de los alumnos de educación básica van a la escuela en el automóvil de sus padres; un pocentaje significativo de los de educación superior lo hacen en transporte público...

Así, por más atingencia que se tenga -¡ánimas...!- en aplicar los consabidos protocolos sanitarios en los planteles escolares, la conclusión del cuento cae por su propio peso: “¡Que Dios nos agarre confesados...!”.

jagelias@gmail.com

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