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- Alivio; no solución...

Cuando se inauguró el Metro de la Ciudad de México, hace medio siglo, la crónica de un diario europeo —modélica por cuanto, más que describir, lo retrataba—, empezaba de la siguiente manera: “El Metro de la Ciudad de México es barato, rápido, cómodo, silencioso, elegante y limpio; sobre todo, es anaranjado…”.

Cuando se inauguraron las Líneas 1 y 2 del Tren Eléctrico Urbano de Guadalajara —una en septiembre de 1989, la otra en julio de 1994—, el sentir de los usuarios contrastaba con el tono triunfalista dominante en las notas de los medios. Sí: ambas líneas, por ser subterráneas, eran incomparablemente más rápidas, más seguras y relativamente más cómodas que los autobuses y los antediluvianos tranvías (convencionales o de mulitas); ambas, para miles de usuarios, representaban sendos pasos hacia la modernidad… Sin embargo, ambas dejaron una sensación de frustración, similar a la de comprar un par de zapatos que desde la primera puesta se advierte que son un número menor de lo conveniente.

-III-

De cumplirse las promesas gubernamentales en el sentido de que “para abril o para mayo” próximos empezará a funcionar —con dos años de retraso con respecto al proyecto original— la cacareada Línea 3, es de temerse que se repita la historia de las dos que la precedieron, e incluso la del Macrobús del que supuestamente habría 10 líneas en el corto plazo: que los usuarios que ya cuentan las horas que faltan para incorporarla a sus rutinas, vivan experiencias como las recogidas en la edición de EL INFORMADOR de ayer, y que pueden sintetizarse como que de ordinario los trenes (de dos vagones casi todos, porque no se cumplió la promesa de que la oferta se incrementaría gradualmente, a medida que lo requiriera la demanda) pasan atiborrados —se llenan en las primeras estaciones—, por lo que, en la práctica, el sistema no es opción, no se diga para la totalidad, sino al menos para un porcentaje significativo de los potenciales usuarios.

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Claro: como luego dicen, “peor es chile…, y el agua lejos”. Pero es mejor estar preparados para comprobar, con el correspondiente desencanto, dentro de los dos meses que faltan para que se cumpla el plazo, que se repetirá la historia; que el proyecto volverá a quedarse corto; que “la obra del sexenio” (pasado) será un alivio, ciertamente… pero no la solución a un problema que ha crecido al mismo ritmo que la cada vez más desparramada mancha urbana.
 

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