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- “... no se olvida”

Será la quincuagésima vez que la historia se repite, puesto que los hechos que se conmemoran ocurrieron hace 51 años y desde el año siguiente comenzó a entonarse la consigna que hoy se reciclará nuevamente: “2 de octubre no se olvida”. (De hecho, la intención de los normalistas de Ayotzinapa que fueron detenidos [y, según todos los indicios, asesinados e incinerados] el 27 de septiembre de 2014, era trasladarse a la Ciudad de México para participar en la marcha de hace cinco años). Y aunque los ecos de la consigna referida resuenan en todo el país, particularmente en las fechas próximas a la efeméride, habría que puntualizar qué es lo que “no se olvida”.

-II-

A más de medio siglo de los hechos, las actuales generaciones tienen referencias vagas, imprecisas de los mismos. Desde Guadalajara, en particular, los “graves incidentes” -como se aludía a ellos en los libros de texto gratuitos- ocurridos en Tlatelolco no sólo parecían lejanos, sino ajenos al interés de la generalidad de los tapatíos, atrapados entonces en sus propias pesadillas. (Se vivían, por si alguien lo ignora -o preferiría no recordarlo…- los “años violentos” de la FEG).
Tanto la literatura como las abundantes referencias periodísticas alusivas a los sucesos que hoy se evocan, enlistan a varias universidades del entonces Distrito Federal, el Estado de México y Puebla y a grupos de civiles -maestros, intelectuales, obreros, amas de casa...- de los estados de Coahuila, Durango, Michoacán, Nuevo León, Puebla, Oaxaca, Sinaloa y Veracruz, como militantes del Consejo Nacional de Huelga que organizó la manifestación contra el autoritarismo del régimen y en pro de la liberación de los “presos políticos”, entre otras cosas, en vísperas de la inauguración de los Juegos de la XIX Olimpiada. Ello generó, según casi todas las versiones, la brutal represión que dejó un saldo de entre 200 y 350 muertos y desparecidos -jóvenes estudiantes casi todos- en lo que el Gobierno reconoció, por fin, como un “crimen de Estado”… 50 años después.

-III-

Convertido en causa social, de la que supuestamente se desprendieron las reformas a la ley electoral que a su vez propiciaron las transiciones democráticas de 2000 y de 2018, muy señaladamente, el movimiento que hace 51 años vivió su hora más intensa, pondrá en jaque, esta vez, a un régimen que, so pretexto de no incurrir en actitudes represivas, ha incurrido en crasas omisiones del ejercicio de autoridad, parecidamente lamentables -por sus efectos- y censurables.

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