Cultura

“Los peruanos somos como personajes de Rulfo”: Diego Trelles Paz

El escritor habla de su obra, “La lealtad de los caníbales”, una deslumbrante novela sobre el Perú contemporáneo

“Hace treinta años que tengo este barcito en Quilca y, como puede suponer, aquí lo he visto todo”. La frase es de “Don Tito”, propietario del bar que es escenario principal de “La lealtad de los caníbales”, una novela que incluye a policías corruptos, sacerdotes con oscuros secretos, exiliadas que temen por su vida, mujeres que sueñan con ratas o camareros que anhelan venganza. La obra es del escritor Diego Trelles Paz, originario de Lima, Perú, pero radicado en París, Francia, desde hace 25 años.

Trelles fue finalista del premio Rómulo Gallegos por Bioy, la primera parte de una trilogía que cierra con este nuevo libro: “A mí las novelas me cuestan mucho, lo doy todo” dice, antes de hablar al detalle del particular purgatorio al que le ha dado vida. 

—En “La lealtad de los caníbales” hay corrupción policial, un ambiente político tenso y violencia a varios niveles. ¿La obra habla del Perú de hoy o del Perú de siempre? 

—Si hablamos en términos de corrupción es una cosa endémica que arrastraremos por mucho tiempo. La novela la hice en el 2022, así que, lamentablemente, cuando la he publicado y ha llegado al Perú tenía más vigencia que entonces. En el Perú no sólo hay una profunda decepción de los ciudadanos, sino una impotencia general enorme. Creo que la idea del canibalismo cala perfectamente con lo que está pasando. Es un país que está yendo cada vez más bajo, que es ingobernable, porque estamos en una dictadura parlamentaria responsable de todas las cosas que tú conoces. Es un grupo pequeño de personas que está cambiando la constitución a su antojo para perpetuarse en el poder sin permitir que el resto de la población tenga una participación en eso. 

Lo más terrible es que han anulado a punta de balazos un derecho ciudadano que es el de la manifestación, el de la protesta, el del desacuerdo. Y por eso y muchas otras cosas la gente no está saliendo a marchar, porque tiene miedo. Este es el Perú en el que se ha ido formando el proyecto fujimorista que llegó a nuestras vidas para arruinarlas y que hoy ha recobrado fuerza. En un momento en el que la extrema derecha vive un auge en todo el mundo, el fujimorismo se asume como lo que es, como lo que siempre fue. Hoy parece que todas las instituciones están tomadas por ellos. Y esto lo dicen varios personajes a lo largo de la novela. 

—Latinoamérica, y específicamente el Perú, alimenta diariamente la ficción, no sólo desde sus sucesos cotidianos, sino desde el actuar de los políticos. ¿Cuál fue el detonante para escribir esta novela? 

—Esta novela forma parte de una trilogía que empecé el 2008 con “Bioy”, que se publicó el 2012 tras ser rechazada tres veces en España a causa de su violencia. Felizmente ganó un premio y salió. Entonces, yo sabía que quería terminarla en el presente. 

La cronología se ve por los sucesos que se van nombrando, que a veces son medio difusos. Yo quería que fuera así, no tan preciso, porque mi idea era abarcar el arco de todo lo que nos había pasado. 

Se mencionan hechos como la Matanza de Putis, ocurrida en la época de Belaunde. Y los asesinos no fueron terroristas, sino militares. El nivel de violencia cuando no había estallado aun formalmente la Guerra Civil era ya de una crueldad terrible. Organicé cronológicamente que “Bioy” avance por la guerra interna, la dictadura fujimorista, y que llegué a una suerte de presente que habla de narcotráfico. 

“La procesión infinita”, la segunda parte, habla de post dictadura, cuando cae aquel régimen. Pero la idea general es: la dictadura cayó, pero no se fue. Nunca se fue. Toda la estructura que estaba ahí estaba presente, estaba a punto de salir para que ocurra lo que ocurre ahora.

Esta trilogía sobre la violencia es un proyecto sobre la memoria en tiempos en que el fujimorismo sigue empecinado en reescribir la historia y poner a Alberto Fujimori como héroe. En “La lealtad de los caníbales” sabía que iba a hablar sobre Lima, pero como representación del Perú. 

—Un tema presente en tus libros son los manejos oscuros de las fuerzas del poder. ¿Qué es lo más te atrae de convertir sus perversiones o crímenes en literatura? 

—Creo que uno escribe de aquello que lo conmueve, que lo conmociona, que le molesta. La política es una parte importante de mi vida. No soy un “escritor comprometido” ni nada por el estilo, pero sí me interesa mover la memoria. Me gusta mucho eso y me gustan los policiales, las películas de delincuentes, no sé, me siento fascinado por esa vida de gánsteres y por humanizarlos. 

El “Suboficial Manyoma” de “La lealtad de los caníbales” es uno de mis personajes más excéntricos y raros. Tiene toda la onda del tipo que te debe dar miedo, pero no sabes si temerle o reírte. A algunos les recordó al “Anton Chigurh” de “No Country for Old Men”. Creo que lo que más me interesa, más allá de si son de una u otra manera, es capturar la complejidad de su esencia humana. 

A mí me generan repulsión, literalmente, algunos de mis personajes que aparecen en este libro que me costó mucho escribir. Pero veía su riqueza y me interesaban. Incluso desde lo más terrible, desde lo más miserable, no dejaban de ser personajes que me generaban no tanto inspiración, sino atracción hablando de construcción literaria. 

En la novela es difícil encontrar quien no tenga algo que está un poco chueco o que está completamente distorsionado o que es una desgracia. 

—Más allá de lo que le compete al Perú, al concebir “La lealtad de los caníbales”, ¿pensaste que la realidad peruana puede representar también la de otros países de Latinoamérica?

—Perfectamente. Y si vemos cómo se ha desarrollado la historia política de muchos de esos países, hay cosas que se quedan cortas. No es que la novela sea un paralelo exacto del presente, pero sí sirve para ver el pasado histórico de todos esos países. 

América Latina ha vivido procesos dictatoriales continuos, ¿no? Unos más aberrantes o más violentos que otros.

—Hace poco leí un comentario tuyo que me llamó la atención: “Los peruanos somos como personajes de Rulfo”. ¿A qué te refieres exactamente?

—Sí, los peruanos somos como personajes de Rulfo, porque estos siempre creen que el destino los define, hay un fatalismo en ellos muy presente y que les impide en muchos casos luchar contra su destino. Y yo siento que es lo que nos ha pasado a los peruanos. No es que no haya lucha política, se la han tumbado, pero al mismo tiempo a veces uno termina pensando que nos merecemos algo de lo que está pasando, cuando no debería ser así. Los personajes de Rulfo son muchas veces gente del campo y los que siguen luchando contra este régimen en el Perú viven fuera de Lima, en provincias, y son personas que no son consideradas, que lo tienen peor. Entonces, creo que hay mucho fatalismo. No puedo generalizar, pero sí hay como una resignación. 

Estamos en el año 2024, no puede ser que se mate a 50 personas por manifestarse y no pase nada. Entonces, este fatalismo es impuesto. No es que la gente no quiera manifestarse, sino que tiene miedo de morir. A veces nos resigamos mucho a lo que el poder nos impone y hay razones para eso, porque la violencia está por todos lados. 

—Se sabe que consideras “La lealtad de los caníbales” una “carta de amor” para Lima, ¿cómo puede entenderse esto cuando desnudas muchas de sus miserias y las de sus habitantes?

—Porque no creo que lo más importante sea que uno se quede sólo con la parte del dolor, creo que la novela es un poco más compleja que eso. Hay algo que yo ya he dicho antes, el hecho de que yo sea limeño ha marcado mi reacción frente a muchas cosas graves de las que han sucedido en el país y que han tenido el favor de Lima. 

Esto me ha llevado muchas veces a sentir cosas por mi ciudad sin dejar de amarla. Es decir, no voy a dejar de ser limeño por no contar sus miserias, por hacer esta trilogía sobre lo que nos pasó. Yo no me regodeo en el miserabilismo. Más bien, lo que intenté fue acercarme a la problemática de ser limeño. 

Fíjate que “En la procesión infinita” se habla de una dictadura que nunca se fue y en “La lealtad de los caníbales” estamos con una democracia que prácticamente ya no existe. Es meramente nominal, es simbólica. Nos duró muy poco la democracia. Esta novela es una “carta de amor” porque una forma de amar es mostrar, decir abran los ojos, fíjense lo que hay acá. 

Con información de El Universal 
 

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